Crónica de los años de plomo

Por Jorge Abbondanza (para El País)

Expresamente, el realizador de este documental uruguayo define su trabajo como "un intento de reconciliación o de convivencia". Para eso planta su cámara delante de un amplio abanico de entrevistados que cuentan sus experiencias durante los años de la dictadura.

El friso incluye presos políticos, miembros de la policía, algún legislador oficialista y gente más joven que en la época comenzaba a vivir y a conocer un mundo que se hacía pedazos. Por suerte, el plan se apoya en la anécdota menuda y no en la retórica, lo cual redobla el interés del resultado con un aire de sinceridad evocativa y algún extremo de insólita franqueza en las declaraciones. Para espectadores veteranos es un testimonio que reaviva la memoria y para un público juvenil puede ser una puerta de acceso a las rudezas que padeció este país.

La utilidad de esa indagación verbal consiste en explorar muchas facetas para ayudar a despejar una verdad compleja y todavía tensa, cuatro décadas después de los acontecimientos. Los viejos enconos y brotes de emoción no impiden la soltura coloquial ni alguna hebra de humor con que las figuras (un jefe guerrillero, un escritor encarcelado, un comisario famoso, una combatiente enamorada, un músico sin pelos en la lengua) entregan sus recuerdos. Ese material tiene la reciedumbre con que el libretista, camarógrafo y director Mario Handler ha incursionado en el documental desde los años 60, aunque su apasionamiento desemboca ahora en una visión más apaciguada, como conviene a la reconciliadora madurez.

Decile a Mario que no vuelva

Atención a...
El estilo formal desnudo y casi áspero de la película, donde un lente deliberadamente inmóvil se clava frente a los personajes para atrapar sus confidencias, como si fuera el ojo de un intruso tenaz o la mirada de un testigo muy atento.

El País