Después de un largo exilio en Venezuela, el cineasta Mario Handler vuelve a su país de origen. Percibe que a pesar del transcurrir de muchos años, la dictadura sigue presente en los medios, en la opinión pública y sobre todo en la memoria de la gente.
Como no había hecho una película sobre la dictadura en Uruguay (1973-1985) durante su estadía en Venezuela, siente que les debe algo a los compañeros de lucha que no podían salir del pais. Este sentimiento de deuda se traduce en una película en la cual la gente con poesía, humor negro y conciencia aguda evoca una atmósfera precisa y densa de esta época oscura del Uruguay. Esta imagen es confrontada con testimonios de policías, politicos y un militar preso, el único militar que ha expresado sus acciones y su punto de vista en público.
FICHA TÉCNICA
“Decile a Mario que no vuelva”
(Uruguay-España, 2007)
Director: Mario Handler
Productora: Karin Handler
Productor ejecutivo: Mario Jacob
Productor asociado: Doce Gatos S.L. (Madrid)
Investigación: Gastón Bralich
Edición: Florencia Handler, Julio Gutiérrez, Mario Handler
Fotografía: Mario Handler
Música: Mauricio Vigil
Fotografía adicional: Daniel Márquez, Settimio Presutto, Federico Beltramelli, Luis Dufuur (asistente)
Filmada en Uruguay, Suecia, Alemania e Israel.
Realizada con el apoyo de: John Simon Guggenheim Memorial Foundation, Prince Claus Funds, Jan Vrijman Funds, MVD Socio Audiovisual (IMM Montevideo).
Con la participación de: Andrea Villaverde, Héctor Concari, Walter Berrutti, Mauricio Vigil, Fernando Frontán, Henry Engler, Alejandro Otero, Mauricio Rosencof, Gilberto Vázquez, David Cámpora, Jessie Macchi, Daniel García Pintos, Carlos Liscano.
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Ajuste de cuentas
por Pablo Delucis (para UruguayTotal)
En pocas palabras…: más allá de algunas desprolijidades, Mario Handler realiza un ajuste de cuentas con el período dictatorial y un aporte a la reconciliación y a la convivencia.
El cine de Mario Handler se ha caracterizado por la forma provocativa, austera y dura con que presenta sus trabajos. Ya sea en películas de gran contenido político-ideológico como "Elecciones" (1968) y "Me gustan los estudiantes" (1975) o en otras como la polémica "Aparte" (2002), donde la mira se pone más que nada en lo social, se percibe una áspera y rigurosa manera de plantear las cuestiones.
En el caso del documental que nos ocupa, este estilo está presente más que nada en la forma y no tanto en lo conceptual. En esta oportunidad traza su trabajo con dos objetivos: por un lado como un ajuste de cuentas de su cine con el período dictatorial, y por otro aspirando a que este filme sea un aporte más a la reconciliación y a la convivencia. Si bien queda claro que no ha cambiado sustancialmente su posición ideológica, se percibe que el paso del tiempo -sumado a algunos temas personales- ha hecho su obra, apaciguando algunos planteos.
Ante una cámara fija que oficia como un atento intruso, y con los rostros de los entrevistados abarcando muchas veces la pantalla, desfilan desordenadamente personas de distinto signo como -entre otros- Mauricio Rosencof, Jessie Macchi, el ex comisario y juez de fútbol Alejandro Otero, Fernando Frontán, Henry Engler, Daniel García Pintos, y el ex coronel y hoy presidiario Gilberto Vázquez. Es justamente en la exclusiva entrevista al ex represor -que supo lucir no hace mucho tiempo bellas y rubias extensiones- donde se logra uno de los momentos de mayor intensidad y eficacia de la película. Su intervención revela con una franqueza quizás inesperada, algunos de los métodos usados por aquellos días con el fin de sacar información. Si bien el uso de esas prácticas no es un dato novedoso, no deja de ser al menos llamativo que sea Vázquez quien lo recuerde.
El resto de los entrevistados, salvo alguna excepción no demasiado honrosa precisamente, brinda sus testimonios haciendo hincapié en la parte humana de sus vivencias, pasando a segundo plano el tema ideológico propiamente dicho.
En algunos momentos, quizás deliberadamente, el mosaico de participaciones aparece un tanto desprolijo, lo que le quita un poco de fluidez narrativa a lo contado. De todas maneras, desde varios lugares, el resultado final es valioso. En cuanto a datos e información, para algunos será un repaso de algo sumamente conocido, a otros nos hará reflexionar una vez más sobre cómo nos afectó la dictadura en nuestra adolescencia con las marcas que nos dejó para el futuro; y los más jóvenes podrán entender un poco más aquél período del que tanto han oído hablar.
Más allá de estas cuestiones y del éxito en el intento, el afán de Handler por armonizar y conciliar se percibe legítimo, válido y honesto. Que no es poco.
Pablo Delucis para UruguayTotal
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En pocas palabras…: más allá de algunas desprolijidades, Mario Handler realiza un ajuste de cuentas con el período dictatorial y un aporte a la reconciliación y a la convivencia.
El cine de Mario Handler se ha caracterizado por la forma provocativa, austera y dura con que presenta sus trabajos. Ya sea en películas de gran contenido político-ideológico como "Elecciones" (1968) y "Me gustan los estudiantes" (1975) o en otras como la polémica "Aparte" (2002), donde la mira se pone más que nada en lo social, se percibe una áspera y rigurosa manera de plantear las cuestiones.
En el caso del documental que nos ocupa, este estilo está presente más que nada en la forma y no tanto en lo conceptual. En esta oportunidad traza su trabajo con dos objetivos: por un lado como un ajuste de cuentas de su cine con el período dictatorial, y por otro aspirando a que este filme sea un aporte más a la reconciliación y a la convivencia. Si bien queda claro que no ha cambiado sustancialmente su posición ideológica, se percibe que el paso del tiempo -sumado a algunos temas personales- ha hecho su obra, apaciguando algunos planteos.
Ante una cámara fija que oficia como un atento intruso, y con los rostros de los entrevistados abarcando muchas veces la pantalla, desfilan desordenadamente personas de distinto signo como -entre otros- Mauricio Rosencof, Jessie Macchi, el ex comisario y juez de fútbol Alejandro Otero, Fernando Frontán, Henry Engler, Daniel García Pintos, y el ex coronel y hoy presidiario Gilberto Vázquez. Es justamente en la exclusiva entrevista al ex represor -que supo lucir no hace mucho tiempo bellas y rubias extensiones- donde se logra uno de los momentos de mayor intensidad y eficacia de la película. Su intervención revela con una franqueza quizás inesperada, algunos de los métodos usados por aquellos días con el fin de sacar información. Si bien el uso de esas prácticas no es un dato novedoso, no deja de ser al menos llamativo que sea Vázquez quien lo recuerde.
El resto de los entrevistados, salvo alguna excepción no demasiado honrosa precisamente, brinda sus testimonios haciendo hincapié en la parte humana de sus vivencias, pasando a segundo plano el tema ideológico propiamente dicho.
En algunos momentos, quizás deliberadamente, el mosaico de participaciones aparece un tanto desprolijo, lo que le quita un poco de fluidez narrativa a lo contado. De todas maneras, desde varios lugares, el resultado final es valioso. En cuanto a datos e información, para algunos será un repaso de algo sumamente conocido, a otros nos hará reflexionar una vez más sobre cómo nos afectó la dictadura en nuestra adolescencia con las marcas que nos dejó para el futuro; y los más jóvenes podrán entender un poco más aquél período del que tanto han oído hablar.
Más allá de estas cuestiones y del éxito en el intento, el afán de Handler por armonizar y conciliar se percibe legítimo, válido y honesto. Que no es poco.
Pablo Delucis para UruguayTotal
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Demonios de nuestro pasado reciente
Un revelador testimonio del período autoritario
(La República)
La dictadura fue, sin dudas, el período más negro y traumático de nuestra historia reciente, cuya dolorosa evocación ha motivado una vasta producción literaria de sesgo testimonial, destinada a denunciar las atrocidades perpetradas por el nefasto régimen liberticida.
Esa tendencia a la recreación en formato literario, fuertemente arraigada en el período de posdictadura, está siendo ahora emulada por la cinematografía nacional, que ha comenzado a transitar los años más dolorosos de nuestro pasado.
Los productos suelen enfatizar diversas facetas del pesadillesco tiempo histórico abordado, desde los inquietantes años previos al golpe de Estado de junio de 1973, a las lacerantes secuelas que aún nos agobian en el presente.
Uno de los primeros antecedentes de esta corriente destinada a rescatar la memoria, es "Polvo nuestro que estás en los cielos", de la cineasta Beatriz Flores Silva, quien compone un filme de visible trazo de autobiografía, en torno a la violencia política de la década del sesenta del siglo pasado.
Aunque la mayor virtud de este largometraje es rescatar los escasamente transitados años previos a la ruptura institucional, el resultado dista de colmar las expectativas de un público que aguardaba bastante más de una realizadora tan prestigiosa.
Actualmente, se están exhibiendo "Paisito" y "El círculo", dos películas que asumen diversas miradas en torno a los tiempos de plomo. Mientras en "Paisito" la española Ana Diez construye una visión despareja y poco convincente de la predictadura, "El círculo", de José Pedro Charlo y Aldo Garay, es un contundente cuadro biográfico en torno a la vida, lucha y padecimiento de Henry Engler, el ex rehén tupamaro devenido en médico y actualmente radicado en Suecia.
En "Decile a Mario que no vuelva", el cineasta Mario Handler propone un nuevo ángulo de observación de los tiempos del terror, mediante un documental de algo más de ochenta minutos de duración, que rescata testimonios de actores protagónicos o marginales de los acontecimientos.
Desde hace cuarenta años, Handler, que marchó al exilio durante la dictadura, ha desarrollado una sólida experiencia como documentalista, corroborada por numerosos trabajos de buena factura técnica e impactante contenido testimonial: "Elecciones", "Me gustan los estudiantes", "Líber Arce: liberarse" y "Aparte". En este último trabajo, el realizador se aparta del alegato político convencional, conformando un intenso fresco testimonial sobre la marginación social en un Uruguay devastadora por la crisis económica y la desocupación.
En "Decile a Mario que no vuelva", que no se ajusta a un cronograma argumental preciso, Handler otorga voz a ex guerrilleros, ex represores, policías y personajes que padecieron la dictadura, pese a no haber tenido participación directa ni indirecta en los sucesos que conmovieron a nuestro Uruguay durante las décadas del sesenta y el setenta del siglo pasado.
Frente a la cámara de Handler desfilan Mauricio Ronsencof, Henry Engler, David Cámpora, Mauricio Vigil, Carlos Liscano, el comisario Alejandro Otero, el ex represor Gilberto Vázquez, Ricardo Domínguez y el actual diputado Daniel García Pintos, entre otros.
Renunciando a toda tentación discursiva, Mario Handler le otorga voz a todos los protagonistas reales de su obra, cuyos testimonios fluyen con absoluta naturalidad y espontaneidad.
En ese contexto, el filme asume un tono coloquial que le confiere un singular realismo, en la medida que los personajes hablan y se expresan sin cortapisas.
Si resultan reveladores los relatos de Mauricio Ronsencof y Henry Engler en torno a sus experiencias de cautiverio en condición de rehenes de la dictadura, más impactante es aún el discurso justificador del ex represor Gilberto Vázquez, quien narra -con absoluto desparpajo- las sesiones de tortura a las cuales eran sometidos los presos políticos.
No menos exacerbantes resultan las visiones de connotados voceros de la ultraderecha vernácula, quienes asumen una encendida e irracional defensa de las atrocidades perpetradas por el gobierno autoritario. La inclusión de algunas imágenes de represión callejera y hasta de breves fragmentos de noticieros del servicio informativo de la dictadura, operan como meros soportes conceptuales de este trabajo, que resalta por su mesura y objetividad.
"Decile a Mario que no vuelva" es un plausible documento histórico, destinado a rescatar la memoria de los tiempos más oscuros y a reavivar el debate en torno a los atropellos perpetrados por la barbarie autoritaria.
La República
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(La República)
La dictadura fue, sin dudas, el período más negro y traumático de nuestra historia reciente, cuya dolorosa evocación ha motivado una vasta producción literaria de sesgo testimonial, destinada a denunciar las atrocidades perpetradas por el nefasto régimen liberticida.
Esa tendencia a la recreación en formato literario, fuertemente arraigada en el período de posdictadura, está siendo ahora emulada por la cinematografía nacional, que ha comenzado a transitar los años más dolorosos de nuestro pasado.
Los productos suelen enfatizar diversas facetas del pesadillesco tiempo histórico abordado, desde los inquietantes años previos al golpe de Estado de junio de 1973, a las lacerantes secuelas que aún nos agobian en el presente.
Uno de los primeros antecedentes de esta corriente destinada a rescatar la memoria, es "Polvo nuestro que estás en los cielos", de la cineasta Beatriz Flores Silva, quien compone un filme de visible trazo de autobiografía, en torno a la violencia política de la década del sesenta del siglo pasado.
Aunque la mayor virtud de este largometraje es rescatar los escasamente transitados años previos a la ruptura institucional, el resultado dista de colmar las expectativas de un público que aguardaba bastante más de una realizadora tan prestigiosa.
Actualmente, se están exhibiendo "Paisito" y "El círculo", dos películas que asumen diversas miradas en torno a los tiempos de plomo. Mientras en "Paisito" la española Ana Diez construye una visión despareja y poco convincente de la predictadura, "El círculo", de José Pedro Charlo y Aldo Garay, es un contundente cuadro biográfico en torno a la vida, lucha y padecimiento de Henry Engler, el ex rehén tupamaro devenido en médico y actualmente radicado en Suecia.
En "Decile a Mario que no vuelva", el cineasta Mario Handler propone un nuevo ángulo de observación de los tiempos del terror, mediante un documental de algo más de ochenta minutos de duración, que rescata testimonios de actores protagónicos o marginales de los acontecimientos.
Desde hace cuarenta años, Handler, que marchó al exilio durante la dictadura, ha desarrollado una sólida experiencia como documentalista, corroborada por numerosos trabajos de buena factura técnica e impactante contenido testimonial: "Elecciones", "Me gustan los estudiantes", "Líber Arce: liberarse" y "Aparte". En este último trabajo, el realizador se aparta del alegato político convencional, conformando un intenso fresco testimonial sobre la marginación social en un Uruguay devastadora por la crisis económica y la desocupación.
En "Decile a Mario que no vuelva", que no se ajusta a un cronograma argumental preciso, Handler otorga voz a ex guerrilleros, ex represores, policías y personajes que padecieron la dictadura, pese a no haber tenido participación directa ni indirecta en los sucesos que conmovieron a nuestro Uruguay durante las décadas del sesenta y el setenta del siglo pasado.
Frente a la cámara de Handler desfilan Mauricio Ronsencof, Henry Engler, David Cámpora, Mauricio Vigil, Carlos Liscano, el comisario Alejandro Otero, el ex represor Gilberto Vázquez, Ricardo Domínguez y el actual diputado Daniel García Pintos, entre otros.
Renunciando a toda tentación discursiva, Mario Handler le otorga voz a todos los protagonistas reales de su obra, cuyos testimonios fluyen con absoluta naturalidad y espontaneidad.
En ese contexto, el filme asume un tono coloquial que le confiere un singular realismo, en la medida que los personajes hablan y se expresan sin cortapisas.
Si resultan reveladores los relatos de Mauricio Ronsencof y Henry Engler en torno a sus experiencias de cautiverio en condición de rehenes de la dictadura, más impactante es aún el discurso justificador del ex represor Gilberto Vázquez, quien narra -con absoluto desparpajo- las sesiones de tortura a las cuales eran sometidos los presos políticos.
No menos exacerbantes resultan las visiones de connotados voceros de la ultraderecha vernácula, quienes asumen una encendida e irracional defensa de las atrocidades perpetradas por el gobierno autoritario. La inclusión de algunas imágenes de represión callejera y hasta de breves fragmentos de noticieros del servicio informativo de la dictadura, operan como meros soportes conceptuales de este trabajo, que resalta por su mesura y objetividad.
"Decile a Mario que no vuelva" es un plausible documento histórico, destinado a rescatar la memoria de los tiempos más oscuros y a reavivar el debate en torno a los atropellos perpetrados por la barbarie autoritaria.
La República
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Un testimonio incomparable
por Paula Montes (para Arte7)
La vuelta de Mario Handler, con su film documental, "Decile a Mario que no vuelva", título ampliamente coloquial, puesto que es una advertencia explicitada por un compañero preso, a Handler que se había exiliado en Venezuela, es decididamente una obra mayor. Quizás es su último film, realizado con el alma del exiliado que siempre quiso volver, y con la ética de quien sentía que le debía a su país, las imágenes y las palabras de quienes padecieron trece años de dictadura militar.
No es casual que Handler en el comienzo de su largometraje, apele a otro documental, "El círculo", de los directores Charlo y Garay, y tome las últimas imágenes de ese film con el investigador en neurología, el Dr. Henry Engler caminando por un infinito corredor, en correlato con un discurso que presentifica el mundo pesadillesco vivido, por quien fuese uno de los rehenes del régimen de facto.
Luego de esta presentación, Handler se internará en las ferias de su barrio montevideano, que lo reconoce como vecino y cineasta, y a la vez realiza una profunda reflexión, respecto de su postura ideológica (M.L.N.-T) y de su quehacer político. Se toma su tiempo para presentar a un conjunto de seres que vivieron en los años de oscurantismo, resisitiendo con mayor o menor compromiso el horror desatado.
Así el relato va pasando de un periodista a una muchacha, que vive su adolescencia en ese clima duro, arbitrario. De aquí, salta a la figura de un escritor reconocido que se fue gestando en la cárcel, para volver a tener en cuenta las palabras del periodista cinéfilo. El friso se va ampliando con ex-prisioneros, ex-rehenes, heroicas mujeres que dicen sus verdades, y que el documentalista confronta con las verdades de los militares, policías, servicios de inteligencia y sus colaboradores, políticos, en un interjuego circular de sutilezas, de matices; invadiendo así de múltiples interrogantes al espectador.
Su cámara no da tregua, muestra inéditas imágenes de archivo, fragmentos de sus primeros films como "Carlos", "Elecciones", "Me gustan los estudiantes", hasta llegar al docudrama "Aparte" donde la marginalidad socio-cultural llega al clímax, una realidad que después del horror dictatorial, no fue revisada por la clase política con la debida inmediatez. La óptica de Handler en este film es la misma del narrador Akutagawa y del gran Kurosawa con "Rashomon", tal vez porque aspira a una suerte de reconciliación de todos los uruguayos, de aquí en adelante.
El tema de la tortura, de sus límites, es abordado desde múltiples puntos de vista, desde la violencia más cruel, pasando por las más perversas torturas psicológicas, para terminar adhiriéndose a las formas más sofisticadas de la ideología nacional-socialista y sus nuevas lecturas. El siniestro relato de un "especialista", es registrado gestual y fonológicamente en su cruento detallismo. El casamiento entre presos, con la finalidad de dejar un hijo como afirmación de la vida, en un contexto en el cual la pulsión de la muerte es la tónica predominante, las "entrecomilladas" lecturas, la creatividad literaria, pictórica o lúdica, la creencia en lo mesiánico son presentadas por el realizador como formas alternativas de "salvación", de seres que tenían que sobrevivir en una zona fronteriza.
Los testimonios de los agonistas en su total desvalimiento conmueven y convencen por demás. Los primeros planos de esos rostros evocados permanecerán para siempre en la memoria individual y colectiva. Si bien las olas que irrumpen en la playa no son las mismas de ayer, quizás puedan hablar. Mario Handler en su cathártico film documental ha sabido tocar el corazón de todos los uruguayos.
Paula Montes para Arte7
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La vuelta de Mario Handler, con su film documental, "Decile a Mario que no vuelva", título ampliamente coloquial, puesto que es una advertencia explicitada por un compañero preso, a Handler que se había exiliado en Venezuela, es decididamente una obra mayor. Quizás es su último film, realizado con el alma del exiliado que siempre quiso volver, y con la ética de quien sentía que le debía a su país, las imágenes y las palabras de quienes padecieron trece años de dictadura militar.
No es casual que Handler en el comienzo de su largometraje, apele a otro documental, "El círculo", de los directores Charlo y Garay, y tome las últimas imágenes de ese film con el investigador en neurología, el Dr. Henry Engler caminando por un infinito corredor, en correlato con un discurso que presentifica el mundo pesadillesco vivido, por quien fuese uno de los rehenes del régimen de facto.
Luego de esta presentación, Handler se internará en las ferias de su barrio montevideano, que lo reconoce como vecino y cineasta, y a la vez realiza una profunda reflexión, respecto de su postura ideológica (M.L.N.-T) y de su quehacer político. Se toma su tiempo para presentar a un conjunto de seres que vivieron en los años de oscurantismo, resisitiendo con mayor o menor compromiso el horror desatado.
Así el relato va pasando de un periodista a una muchacha, que vive su adolescencia en ese clima duro, arbitrario. De aquí, salta a la figura de un escritor reconocido que se fue gestando en la cárcel, para volver a tener en cuenta las palabras del periodista cinéfilo. El friso se va ampliando con ex-prisioneros, ex-rehenes, heroicas mujeres que dicen sus verdades, y que el documentalista confronta con las verdades de los militares, policías, servicios de inteligencia y sus colaboradores, políticos, en un interjuego circular de sutilezas, de matices; invadiendo así de múltiples interrogantes al espectador.
Su cámara no da tregua, muestra inéditas imágenes de archivo, fragmentos de sus primeros films como "Carlos", "Elecciones", "Me gustan los estudiantes", hasta llegar al docudrama "Aparte" donde la marginalidad socio-cultural llega al clímax, una realidad que después del horror dictatorial, no fue revisada por la clase política con la debida inmediatez. La óptica de Handler en este film es la misma del narrador Akutagawa y del gran Kurosawa con "Rashomon", tal vez porque aspira a una suerte de reconciliación de todos los uruguayos, de aquí en adelante.
El tema de la tortura, de sus límites, es abordado desde múltiples puntos de vista, desde la violencia más cruel, pasando por las más perversas torturas psicológicas, para terminar adhiriéndose a las formas más sofisticadas de la ideología nacional-socialista y sus nuevas lecturas. El siniestro relato de un "especialista", es registrado gestual y fonológicamente en su cruento detallismo. El casamiento entre presos, con la finalidad de dejar un hijo como afirmación de la vida, en un contexto en el cual la pulsión de la muerte es la tónica predominante, las "entrecomilladas" lecturas, la creatividad literaria, pictórica o lúdica, la creencia en lo mesiánico son presentadas por el realizador como formas alternativas de "salvación", de seres que tenían que sobrevivir en una zona fronteriza.
Los testimonios de los agonistas en su total desvalimiento conmueven y convencen por demás. Los primeros planos de esos rostros evocados permanecerán para siempre en la memoria individual y colectiva. Si bien las olas que irrumpen en la playa no son las mismas de ayer, quizás puedan hablar. Mario Handler en su cathártico film documental ha sabido tocar el corazón de todos los uruguayos.
Paula Montes para Arte7
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De fantasmas y revelados
por Alejandro Yamgotchian (para Arte7)
Nuevo documental de Mario Handler, con testimonios de vida durante la dictadura militar.
El reconocido médico y dirigente tupamaro Henry Engler camina por un largo pasillo, algo oscuro, mientras una cámara lo sigue. La imagen pertenece al film "El círculo"" (José Pedro Charlo, Aldo Garay, 2008) y Engler le da las espaldas a quienes lo van filmando, mientras le van haciendo preguntas, como esos niños curiosos, ansiosos por saber algunas cosas. Esas curiosidades periodísticas son también, para el caso de este trabajo de Mario Handler, la búsqueda de experiencias vividas por sus entrevistados, como prisioneros, captores, como testigos de lo que fue y aún sigue siendo la dictadura militar que sufrió Uruguay entre 1973 y 1985. Lo que sigue siendo pero en las mentes de esas personas que, como el propio Handler, exiliado en Venezuela por ese entonces, la vivieron desde distintos ángulos.
También son inquietudes, piezas de un puzzle que se intenta reconstruir, un panorama representativo donde la cámara de Handler se convierte en él mismo cuando se enfrenta a los testimonios, mientras algunos primerísimos planos dan la sensación de que Handler los absorbe con la mirada y con su mente, compenetrándose totalmente, y a su vez, con ese estilo sincero y descarnado que tiene de ir en busca de la más pura verdad, aprovecha el montaje para dar sutilmente su propio punto de vista, como defenestrando esa famosa frase de que el espectador termine sacando sus propias conclusiones. Porque ya no solo las imágenes, los gestos y las palabras alcanzan para dar una idea de todo el horror que se vivió en las cárceles y en lugares clandestinos de tortura, sino también los tiempos dedicados a cada uno de los entrevistados, en los que no falta alguna sonrisa irónica que pueda inevitablemente desprenderse de quien esté viendo el trabajo, por hechos narrados en sí, por sensaciones que caen de maduras, compuestas por humor negro, cuadros pesadillescos, impotencia, dolor interno, sonrisas a la distancia que en realidad no son otra cosa que lágrimas disfrazadas, y por supuesto recuerdos que parecen volver con una nitidez inevitable.
El documental como género en sí a veces es cuestionado por esa típica obejtividad lineal, de cabezas parlantes que se limitan a contar hechos de diversa índole, con el fin de darle al espectador un panorama lo más claro posible de algo determinado. Y la objetividad siempre es una de las metas a alcanzar. Pero como eso en realidad no existe, sí termina primando lo que su director selecciona para transmitir, o sea el criterio de búsqueda y selección que hace a partir del material escogido, para acercarle todo a quienes lo vean y de la manera más fiel posible. Ahí ya entra lo subjetivo, la visión del realizador, que como en "Decile a Mario que no vuelva" (2007) también tiene un lugar para él mismo, como un protagonista más. Esto no significa que Handler se la tire de personaje ni mucho menos. Mientras su figura se va imponiendo a la par de los demás entrevistados, hay escenas de trabajos suyos ("Carlos", "Me gustan los estudiantes") previos al golpe de Estado donde demuestra que él también fue a su manera un activista a quien no le quedó otra que optar por el exilio durante la dictadura. "Aunque mi aproximación será objetiva, apareceré algunas veces en el film, ya que yo fui activo durante aquellos días pre-revolucionarios. Mi personalización (subjetivización) implica mis propias confesiones, evocaciones, pensamientos y reflexiones sobre quién o quiénes son culpables, qué pasó, qué podrá pasar”, decía Handler.
Su honestidad también pasa no tanto por un cargo de conciencia en cuanto a no poder estar en su momento para haber luchado contra un enemigo implacable y devastador; apuesta más bien por un reencuentro reconciliatorio con su tierra, con su gente, por algo digno de una confesión que a la vez se preocupa realmente no solo por saber qué cosas pasaron sino también por qué cosas quedaron flotando, como fantasmas que van y vienen, que desafían a la memoria y que nunca se borran, por dar con un diagnóstico lo más aproximado posible de la sociedad actual, y por una marcada búsqueda de sí mismo. Esa actitud es muy valiente y muy valiosa; no muchos directores de documentales estarían dispuestos a hacerla y con esa calidad, con el sello típico de Handler, que por qué no hasta emociona por momentos, cuando dice que ésta es la última película que hace, por problemas de salud y probablemente por otros que no dice y que son tan desgastantes, como hacer cine ultraindependiente y desde el Tercer Mundo, algo que sufrió y bastante luego del estreno de su antecedente más inmediato, la excelente "Aparte" (2002), de la cual también pueden verse algunos fragmentos.
Hay un momento en que, como en esta última obra maestra mencionada, la filmación es completamente ignorada hasta por el propio Handler, que observa y parece meterse tanto en los diálogos de entrecasa, que sus propios entrevistados le discuten a él durante conversaciones donde la cámara parece estar tirada en un punto determinado, como si alguien se hubiera olvidado de apagarla. Esa compenetración, ese registro de su persona (que puede resultar malinterpretado) también vale para sus recorridas por una feria vecinal, por caras largas y otras más sonrientes, que aparecen trabajando, que representan una cultura, más bien un estado de ánimo no muy optimista y algo cascoteado del Uruguay actual, pero que viene gestándose desde mucho tiempo atrás.
El fragmento cerca del final, donde aparece en la playa Pocitos, lo muestra un poco inquieto por dentro y a la vez reflexivo. Es curioso (o no) que en el afiche se vea fumando al realizador, con el río de fondo, y más abajo el aeropuerto y un avión, que no solo fue un pasaje de ida en su momento para Handler sino también para muchos presos políticos que fueron obligados a abordarlo. Alguien que no lo conoce tanto y lo estuviera filmando sin que se diera cuenta y en otro lugar similar, muy probablemente obtendría la misma imagen en la arena que se nos muestra de él en este documental. Basta con ver en "Aparte" (2002) cómo algunas cosas se le fueron accidentalmente de las manos, dentro de esa realidad que seguía después de terminada la película, para darse cuenta de cómo se metió tanto con esos mismos entrevistados a los que no pudo poner algunos límites, pero no por falta de personalidad ni nada que se le parezca, sino por todo lo jugado que estaba en su momento, por haberse volcado en un 110% a registrar todo lo que pudiera para terminar formando un retrato impactante de gente marginada en la capital. Pocitos muestra al verdadero Handler.
"Decile a Mario que no vuelva" fusiona deliberada pero acertadamente la persona de su realizador con el artista mismo. Ojalá éste no sea un inminente testamento suyo, porque Uruguay no puede darse el lujo de no contar más con los trabajos de uno de los mejores documentalistas que tenemos. A veces uno piensa cómo otros maestros, como nuestro compatriota Walter Tournier, también tengan que estar pasando por insólitos rechazos de parte de empresarios y directivos de medios de comunicación, con toda la experiencia y capacidad que tienen. Pero para esos casos y a esta altura del partido, el título de este documental se torna casi imprescindible. Que se vayan a un lugar donde sean más valorados y que, en lo posible, no vuelvan.
Alejandro Yamgotchian para Arte7
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Nuevo documental de Mario Handler, con testimonios de vida durante la dictadura militar.
El reconocido médico y dirigente tupamaro Henry Engler camina por un largo pasillo, algo oscuro, mientras una cámara lo sigue. La imagen pertenece al film "El círculo"" (José Pedro Charlo, Aldo Garay, 2008) y Engler le da las espaldas a quienes lo van filmando, mientras le van haciendo preguntas, como esos niños curiosos, ansiosos por saber algunas cosas. Esas curiosidades periodísticas son también, para el caso de este trabajo de Mario Handler, la búsqueda de experiencias vividas por sus entrevistados, como prisioneros, captores, como testigos de lo que fue y aún sigue siendo la dictadura militar que sufrió Uruguay entre 1973 y 1985. Lo que sigue siendo pero en las mentes de esas personas que, como el propio Handler, exiliado en Venezuela por ese entonces, la vivieron desde distintos ángulos.
También son inquietudes, piezas de un puzzle que se intenta reconstruir, un panorama representativo donde la cámara de Handler se convierte en él mismo cuando se enfrenta a los testimonios, mientras algunos primerísimos planos dan la sensación de que Handler los absorbe con la mirada y con su mente, compenetrándose totalmente, y a su vez, con ese estilo sincero y descarnado que tiene de ir en busca de la más pura verdad, aprovecha el montaje para dar sutilmente su propio punto de vista, como defenestrando esa famosa frase de que el espectador termine sacando sus propias conclusiones. Porque ya no solo las imágenes, los gestos y las palabras alcanzan para dar una idea de todo el horror que se vivió en las cárceles y en lugares clandestinos de tortura, sino también los tiempos dedicados a cada uno de los entrevistados, en los que no falta alguna sonrisa irónica que pueda inevitablemente desprenderse de quien esté viendo el trabajo, por hechos narrados en sí, por sensaciones que caen de maduras, compuestas por humor negro, cuadros pesadillescos, impotencia, dolor interno, sonrisas a la distancia que en realidad no son otra cosa que lágrimas disfrazadas, y por supuesto recuerdos que parecen volver con una nitidez inevitable.
El documental como género en sí a veces es cuestionado por esa típica obejtividad lineal, de cabezas parlantes que se limitan a contar hechos de diversa índole, con el fin de darle al espectador un panorama lo más claro posible de algo determinado. Y la objetividad siempre es una de las metas a alcanzar. Pero como eso en realidad no existe, sí termina primando lo que su director selecciona para transmitir, o sea el criterio de búsqueda y selección que hace a partir del material escogido, para acercarle todo a quienes lo vean y de la manera más fiel posible. Ahí ya entra lo subjetivo, la visión del realizador, que como en "Decile a Mario que no vuelva" (2007) también tiene un lugar para él mismo, como un protagonista más. Esto no significa que Handler se la tire de personaje ni mucho menos. Mientras su figura se va imponiendo a la par de los demás entrevistados, hay escenas de trabajos suyos ("Carlos", "Me gustan los estudiantes") previos al golpe de Estado donde demuestra que él también fue a su manera un activista a quien no le quedó otra que optar por el exilio durante la dictadura. "Aunque mi aproximación será objetiva, apareceré algunas veces en el film, ya que yo fui activo durante aquellos días pre-revolucionarios. Mi personalización (subjetivización) implica mis propias confesiones, evocaciones, pensamientos y reflexiones sobre quién o quiénes son culpables, qué pasó, qué podrá pasar”, decía Handler.
Su honestidad también pasa no tanto por un cargo de conciencia en cuanto a no poder estar en su momento para haber luchado contra un enemigo implacable y devastador; apuesta más bien por un reencuentro reconciliatorio con su tierra, con su gente, por algo digno de una confesión que a la vez se preocupa realmente no solo por saber qué cosas pasaron sino también por qué cosas quedaron flotando, como fantasmas que van y vienen, que desafían a la memoria y que nunca se borran, por dar con un diagnóstico lo más aproximado posible de la sociedad actual, y por una marcada búsqueda de sí mismo. Esa actitud es muy valiente y muy valiosa; no muchos directores de documentales estarían dispuestos a hacerla y con esa calidad, con el sello típico de Handler, que por qué no hasta emociona por momentos, cuando dice que ésta es la última película que hace, por problemas de salud y probablemente por otros que no dice y que son tan desgastantes, como hacer cine ultraindependiente y desde el Tercer Mundo, algo que sufrió y bastante luego del estreno de su antecedente más inmediato, la excelente "Aparte" (2002), de la cual también pueden verse algunos fragmentos.
Hay un momento en que, como en esta última obra maestra mencionada, la filmación es completamente ignorada hasta por el propio Handler, que observa y parece meterse tanto en los diálogos de entrecasa, que sus propios entrevistados le discuten a él durante conversaciones donde la cámara parece estar tirada en un punto determinado, como si alguien se hubiera olvidado de apagarla. Esa compenetración, ese registro de su persona (que puede resultar malinterpretado) también vale para sus recorridas por una feria vecinal, por caras largas y otras más sonrientes, que aparecen trabajando, que representan una cultura, más bien un estado de ánimo no muy optimista y algo cascoteado del Uruguay actual, pero que viene gestándose desde mucho tiempo atrás.
El fragmento cerca del final, donde aparece en la playa Pocitos, lo muestra un poco inquieto por dentro y a la vez reflexivo. Es curioso (o no) que en el afiche se vea fumando al realizador, con el río de fondo, y más abajo el aeropuerto y un avión, que no solo fue un pasaje de ida en su momento para Handler sino también para muchos presos políticos que fueron obligados a abordarlo. Alguien que no lo conoce tanto y lo estuviera filmando sin que se diera cuenta y en otro lugar similar, muy probablemente obtendría la misma imagen en la arena que se nos muestra de él en este documental. Basta con ver en "Aparte" (2002) cómo algunas cosas se le fueron accidentalmente de las manos, dentro de esa realidad que seguía después de terminada la película, para darse cuenta de cómo se metió tanto con esos mismos entrevistados a los que no pudo poner algunos límites, pero no por falta de personalidad ni nada que se le parezca, sino por todo lo jugado que estaba en su momento, por haberse volcado en un 110% a registrar todo lo que pudiera para terminar formando un retrato impactante de gente marginada en la capital. Pocitos muestra al verdadero Handler.
"Decile a Mario que no vuelva" fusiona deliberada pero acertadamente la persona de su realizador con el artista mismo. Ojalá éste no sea un inminente testamento suyo, porque Uruguay no puede darse el lujo de no contar más con los trabajos de uno de los mejores documentalistas que tenemos. A veces uno piensa cómo otros maestros, como nuestro compatriota Walter Tournier, también tengan que estar pasando por insólitos rechazos de parte de empresarios y directivos de medios de comunicación, con toda la experiencia y capacidad que tienen. Pero para esos casos y a esta altura del partido, el título de este documental se torna casi imprescindible. Que se vayan a un lugar donde sean más valorados y que, en lo posible, no vuelvan.
Alejandro Yamgotchian para Arte7
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Voces multiples sobre tiempo único
por Rosalba Oxandabarat (para Brecha)
No deja de ser una coincidencia, nada extraña si se quiere, que coincidan en la cartelera montevideana dos documentales cuyo tema central, más allá de las diferencias de tono y de mirada, sea la dictadura.
A pocas semanas del estreno de "El Círculo", de Aldo Garay y José Pedro Charlo, llega este filme de Mario Handler. Un poco más atrás pero el mismo año, las películas de ficción "Matar a todos", de Esteban Schroeder y "Polvo nuestro que estás en los cielos", de Beatriz Flores Silva, abrevaban cada una a su manera en la dictadura o sus secuelas. Por alguna impredecible sincronización, distintos cineastas abren las compuertas a búsquedas, emociones e interrogantes que por diversos motivos no pudieron abrirse antes.
"Decile a Mario que no vuelva" es un documental hecho a base de entrevistas. Tiene el tono urgido, a veces exasperado, que no es ajeno a ninguna película de Handler. Resulta sorprendente, y resultará provocador, por varios motivos; por lo que el cineasta eligió mostrar, por el carácter de quienes brindan testimonio. El primero que salta a los ojos, es que en quienes brindan estos testimonios no sólo están los de quienes sufrieron la dictadura, desde la cárcel o desde la vida cotidiana, sino también los de algunos que la sostuvieron y actuaron a su favor. La búsqueda de Handler indaga en una cantidad de vivencias, recuerdos e interpretaciones de y sobre ese período, pero lo hace desde una vocación inquisidora y abarcadora, preocupándose por tomar nota aún de aquello que, de alguna manera, molesta o duele saber. Es la primera vez, que en cine, está presente esa "vereda de enfrente" de los represores y de los partidarios y defensores de la dictadura.
La película confronta, o compara, mediante la edición, lo que puede expresar un torturador con lo que puede expresar un torturado, creando ese diálogo imposible entre experiencias y razones incompatibles. Y no se queda ahí, porque aún en las experiencias narradas por quienes sufrieron la prisión, por ejemplo, habrá más de un matiz que pone un pedacito de mosaico peculiar a la experiencia colectiva de ese tiempo oscuro. Lo que eligió poner Handler de lo mucho que filmó (ver entrevista) parece obedecer a esa necesidad de intentar recomponer una vivencia multiple. Todo eso sucedía, y era simultáneo, en el espacio histórico y especial de la dictadura: el horror y el humor, la afirmación y la duda, el buscar algún alivio a lo peor o algún recurso supremo de prolongar la vida cuando todo parecía señalar el camino contrario. Probablemente quien vaya a ver "Decile a Mario que no vuelva" discutirá lo que está y lo que falta (esta cronista lo hace), tendrá su propia propuesta de qué importa más o menos. De lo que no queda duda es de que esta película podrá despertar un millón de sentimientos, menos la indiferencia.
El mismo Handler se incluye en su película, estableciendo un vínculo peculiar con su creación, mediante un extraño, doloroso proceso de sinceramiento -no se autoadjudica en tanto personaje ninguna heroicidad o protagonismo político. Es el autor, y uno más de quienes testimonian, el exiliado, con sus carencias y sus esperanzas, en una suerte de reencuentro con un pasado y un presente cuyas reales proyecciones siguen siendo huidizas. Como para todos nosotros.
Mario Handler habla de "Decile a Mario que no vuelva"
Es difícil entrevistar a Mario Handler, no porque no hable sino porque las preguntas le disparan, más que respuestas directas, reflexiones, que pueden, eventualmente, ser una respuesta, pero otras veces no. De modo que de la entrevista se ofrece aquí un resumen de esas reflexiones, sobre el proceso, las dificultades y circunstancias de hacer una película como ésta. (R.O.)
-En realidad yo tenía una idea totalmente distinta para esta película, y no funcionó. Yo quería hacer diálogos en presencia. El ejemplo era sencillo: tomo al ruso (Mauricio) Rosencof y lo pongo con Tróccoli. Fracasó la idea de inmediato. Por un lado porque el ruso no quería eso y por otro Tróccoli era ya inencontrable, estaba muy escamado.
Entonces la cosa se hizo muy compleja, esta película fue un enorme sufrimiento y además yo estaba débil y no sabía que tenía una vista muy mal, no veía bien los colores y no enfocaba bien. Tengo un montón de cosas que quedaron fuera de foco, y poco a poco me di cuenta que tenía cataratas. Entonces esos problemas del cuerpo me repercutieron, empecé a filmar en la mano y largué en seguida, no tenía energía. Compré un buen trípode y ahí empecé a desvariar y equivocarme mucho para encontrar un rumbo.
-La reflexión que me hago ahora es que quiza me dejé llevar por la realidad que era en definitiva caótica, tanto tiempo de dictadura y tan variado todo lo que sucedía. La película quedó por lo tanto relativamente caótica, igual que aquel período. Para cubrirlo desde un punto de vista sociológico, de encuesta bien hecha, se hubiera requerido de 4000 entrevistas, y ni yo ni nadie está preparado para eso. Hice 70, que es mucho trabajo, pero solo se usaron 15.
Elegimos aquellos entrevistados que formaban como personajes entre sí, que uno dice algo y otro parece seguir. Estuvo muy bien lo que agregaron creativamente en Madrid mi hija y su novio, ese sistema "interruptado" como dicen, que una persona no completa el pensamiento y aparece otro que lo hace, a veces en concordancia y otras con sentido opuesto.
-La gente que conseguimos entrevistar era buena, y elegimos a personas poderosamente expresivas como Engler, Mauricio Vigil, Rosencof, o del otro lado García Pintos Domínguez y Gilberto Vázquez. Para conseguir la entrevista con Vázquez quien hizo un gran esfuerzo y se ocupó de coordinar todo fue Gastón Bralich, y al final creo que obtuvo algo que es primicia exclusiva, no lo tiene nadie ni lo va a tener nadie
-A esta gente de la derecha yo me presenté, mire, yo soy de izquierda, yo hice la película "Aparte", si quiere hablar por favor, y diga lo que quiera, y después lanzo pequeñas puntas. Es lo que hago normalmente si tengo que entrevistar, porque yo no soy María Esther Gillio, así que me presento y digo: diga lo que quiera. El método resultó con Gilberto Vázquez, primero hubo una larga sesión sin grabar, no nos habían dado todavía el permiso y si se consiguió fue gracias a apoyos que yo no conocí, que los manejó Gastón. Una anécdota: para terminar de convencer a Vázquez yo metí un Dvd de "Aparte" en un sobre y le puse con letras enormes: de Mario Handler para Gilberto Vázquez en la Cárcel Central. Se llamó a un taxi para enviarlo y el taxista se empezó a matar de risa, y lo llevó encantado.
-Resolví desde el principio no incluir la información previa, que la tengo completa en la memoria: la posguerra, los cincuenta, los sesenta.. eso sería la película cero, el prólogo. También resolví no poner ni un solo material de archivo que no fuera mío, solamente puse muy poco tiempo de archivo dictatorial y muy pocos trozos de mis propias películas, solo para crear un cierto ambiente y dar una cierta hilación. Volví a mi tradición interna que es: no hacer películas con material de archivo. Es algo que cada día odio más, aunque casi todos mis alumnos quieren hacer eso, películas de edición con lo que otro, como yo, se rompió el culo filmando. Está lleno de gente, jóvenes y veteranos que me piden material para hacer una película, y yo les digo: por qué no salís a la calle y filmás, tenés una realidad, filmala.
-Hubo diez o doce ediciones distintas que no conformaron, ni a mí ni a nadie, si te las mostrara verías que producen una sensación de no completicidad. La versión final la realizó mi hija Florencia con su novio Julio Gutiérrez, y yo la aprobé porque ya estaba cansado y quería liberarme de esa película que me estaba cayendo como un palo, cuando estaba cada vez más débil. Ya recibí la acusación de que el montaje es caótico. Yo no creo eso, sí creo que es atrevido.
-Esa objeción de que quedan como únicos protagonistas los tupamaros y los militares es tuya, y creo que no es verdad. Un cineasta tiene opciones, y una es la concentración: hay tres millones de cosas que no puse. Es decir, todo es selectivo, la foto es selectiva, yo también lo soy. Me concentré en la vida dictatorial, por eso están Fernando Frontán y Andrea Villaverde y Concari.Y creo que de la película para nada surge la teoría de los dos demonios, simplemente había que elegir protagonistas y si no, me voy por las ramas. Acá por ejemplo no está toda la actuación de Wilson y otra gente, ni la actividad de los comunistas o los anarquistas, ni la gente del pueblo que sí fue partidaria de la dictadura, ni las variantes tupas o las variantes militares, o los líos entre Bordaberry y la TFP (Tradición Familia Propiedad). Hay un millón de conflictos que no caben en 82 minutos. Pero no sale de la película un pronunciamiento de ese estilo.
-Lo que falta es bastante, pero para eso tendría que haber un prólogo, la película número cero. Voy a cubrirlo de otra manera, los restos, que son enormes, como seis horas, están siendo editados por Beltramelli y Fabiana Macedo en un DVD separado, una selección informativa, sin arte, con capítulos sobre setenta personas. También con materiales de archivo míos, como la filmación que hice en Copenhague en 1991 a un marino desertor, y con noticieros de la dictadura más completos que lo que aparece en la película.
-Cuando yo hice mi primer peliculita en Praga, le puse: "esta es una vision parcial y personal", una ingenuidad, porque todas las visiones son parciales y personales. En este caso lo que yo quería era una visión impresionística, basada en emociones y narrada, es decir, acciones narradas que conducen a emociones. En ese sentido se puede decir que está lograda. O no, ninguna película puede satisfacer a todo el mundo, ni siquiera las de Harry Potter.
"Decile a Mario que no vuelva"
COSAS QUE SE DICEN
-La "cárcel del pueblo", la gente que estaba ahí, llamados "chanchos", que ya es un término denigrante, estando en unos huecos sórdidos, ¿no? porque esa es la verdad, eso, ¿no era parecido a una forma de tortura?
Mario Handler
-Fuimos a Munich y recibimos instrucción en la Escuela de Inteligencia de Alemania Federal, que era dirigida por un capitán retirado que había sido ayudante de Rommel. Me enseñan los alemanes lo que es inteligencia. Nosotros no teníamos idea. Y aprendimos otro mundo, que existía otro mundo, cómo funcionan los servicios de inteligencia.
Gilberto Vázquez
-"De lo que ustedes saquen de esta gente depende la supervivencia de la nación".
Nos dice: "En la guerra no sólo hay que arriesgar la vida, también hay que arriesgar el alma". Ahí nos estaban, estaban orientando que es lo que había que hacer. Y fuimos y lo hicimos.
Gilberto Vázquez
-El sentir ciudadano, era que le encantaba el Golpe de Estado, porque se terminaba de una buena vez con el Parlamento y todos los politiqueros que estaban lucrando a costillas del Estado, no hacían nada por la ciudadanía.
Ricardo Domínguez
-Y él se da maña para hacer de pared a pared un agujero. Esa pared recibió muchísimas confesiones y después empezó a recibir caricias y después empezó a recibir más que caricias, promesas. Nos enamoramos.
Jessie Macchi
-Y un preso lee las etiquetas de los frascos de medicamento aunque no entienda nada, lee cualquier cosa, el papel del jabón, lo que sea lee. Y con eso... bueno, su cabeza elabora otros mundos.
Carlos Liscano
-Y el que estaba en la joda que se joda Y el que no estaba en la joda no tenía problemas.
Ricardo Domínguez
-Hacía 6 meses que tenía diarreas con sangre. Entonces al final trajeron a un médico, del Hospital Militar, que me examinó y se dio vuelta y le dijo al sargento: "Miren a este recluso tienen que darle bife y además puré de papas, y luego le hacen una manzanita al horno". El sargento casi se muere de la risa, pero simuló bien. Y después que se fue el médico me agarraron del cogote, me arrastraron hasta la celda y me dijeron: "Bife te vamos a dar a vos..."
Henry Engler
-No teníamos idea de qué carajo era el Partido Comunista, los Tupamaros, el PVP: para nosotros eran todos enemigos.
Gilberto Vázquez
-Pero la pensaron muy bien, porque lo que querían era eso. Querían controlarlos en la cabeza, ideológicamente. Hicieron mucho daño físico, desparecieron gente, eso fue penoso, pero lo que hicieron con nuestra generación, esa fumigación tan jodida... porque en realidad nos mutilaron
el pensamiento.
Fernando Frontán
-Nosotros nos metimos en eso y yo no quiero ni que me perdonen, ni amnistiar a nadie, ni que me amnistíen. Ellos no tienen autoridad moral para amnistiarme.
Mauricio Vigil
-Y un día yo estaba con un compañero en la celda y el compañero me dice: hay olor a mujer. Y nos quedamos en silencio y de pronto, además del olor a mujer, oíamos la voz de una mujer! eso ya era el delirio mayor ¿no? Y era de día, no de noche cuando uno puede estar soñando.
Carlos Liscano
-La guerra es efectivamente lo contrario a los derechos humanos. Es la destrucción del enemigo.
Y para destruir al enemigo hay que destruirle los derechos. Y hay que destruirle el físico, y hay que destruirle la moral.
Daniel García Pintos
-Nosotros sabíamos lo que hacíamos. Nosotros éramos conscientes de que teníamos que pagar el precio que tuviéramos que pagar. Si nos tenían que matar a todos, era parte del precio.
Henry Engler
-Yo creo que la tortura no puede ser el vidrio a través del que veamos todo. Es una experiencia durísima que nos costó a nosotros, pero yo creo que está mal que nos tengamos lástima por lo que nos pasó. Nos pasaron cosas espantosas. Y cosas que nos han dejado marcas para siempre. Y gente maravillosa que quedó por el camino. Pero no son por estos hijos de puta, es porque nos metimos en eso.
Mauricio Vigil
-Este film es un intento de reconciliación o de convivencia. Y es también, una búsqueda de verdad o de verdades. Y quizás, una reconstrucción del alma de la sociedad y de mi alma.
Mario Handler
Publicado en Brecha el 17/10/2008
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No deja de ser una coincidencia, nada extraña si se quiere, que coincidan en la cartelera montevideana dos documentales cuyo tema central, más allá de las diferencias de tono y de mirada, sea la dictadura.
A pocas semanas del estreno de "El Círculo", de Aldo Garay y José Pedro Charlo, llega este filme de Mario Handler. Un poco más atrás pero el mismo año, las películas de ficción "Matar a todos", de Esteban Schroeder y "Polvo nuestro que estás en los cielos", de Beatriz Flores Silva, abrevaban cada una a su manera en la dictadura o sus secuelas. Por alguna impredecible sincronización, distintos cineastas abren las compuertas a búsquedas, emociones e interrogantes que por diversos motivos no pudieron abrirse antes.
"Decile a Mario que no vuelva" es un documental hecho a base de entrevistas. Tiene el tono urgido, a veces exasperado, que no es ajeno a ninguna película de Handler. Resulta sorprendente, y resultará provocador, por varios motivos; por lo que el cineasta eligió mostrar, por el carácter de quienes brindan testimonio. El primero que salta a los ojos, es que en quienes brindan estos testimonios no sólo están los de quienes sufrieron la dictadura, desde la cárcel o desde la vida cotidiana, sino también los de algunos que la sostuvieron y actuaron a su favor. La búsqueda de Handler indaga en una cantidad de vivencias, recuerdos e interpretaciones de y sobre ese período, pero lo hace desde una vocación inquisidora y abarcadora, preocupándose por tomar nota aún de aquello que, de alguna manera, molesta o duele saber. Es la primera vez, que en cine, está presente esa "vereda de enfrente" de los represores y de los partidarios y defensores de la dictadura.
La película confronta, o compara, mediante la edición, lo que puede expresar un torturador con lo que puede expresar un torturado, creando ese diálogo imposible entre experiencias y razones incompatibles. Y no se queda ahí, porque aún en las experiencias narradas por quienes sufrieron la prisión, por ejemplo, habrá más de un matiz que pone un pedacito de mosaico peculiar a la experiencia colectiva de ese tiempo oscuro. Lo que eligió poner Handler de lo mucho que filmó (ver entrevista) parece obedecer a esa necesidad de intentar recomponer una vivencia multiple. Todo eso sucedía, y era simultáneo, en el espacio histórico y especial de la dictadura: el horror y el humor, la afirmación y la duda, el buscar algún alivio a lo peor o algún recurso supremo de prolongar la vida cuando todo parecía señalar el camino contrario. Probablemente quien vaya a ver "Decile a Mario que no vuelva" discutirá lo que está y lo que falta (esta cronista lo hace), tendrá su propia propuesta de qué importa más o menos. De lo que no queda duda es de que esta película podrá despertar un millón de sentimientos, menos la indiferencia.
El mismo Handler se incluye en su película, estableciendo un vínculo peculiar con su creación, mediante un extraño, doloroso proceso de sinceramiento -no se autoadjudica en tanto personaje ninguna heroicidad o protagonismo político. Es el autor, y uno más de quienes testimonian, el exiliado, con sus carencias y sus esperanzas, en una suerte de reencuentro con un pasado y un presente cuyas reales proyecciones siguen siendo huidizas. Como para todos nosotros.
Mario Handler habla de "Decile a Mario que no vuelva"
Es difícil entrevistar a Mario Handler, no porque no hable sino porque las preguntas le disparan, más que respuestas directas, reflexiones, que pueden, eventualmente, ser una respuesta, pero otras veces no. De modo que de la entrevista se ofrece aquí un resumen de esas reflexiones, sobre el proceso, las dificultades y circunstancias de hacer una película como ésta. (R.O.)
-En realidad yo tenía una idea totalmente distinta para esta película, y no funcionó. Yo quería hacer diálogos en presencia. El ejemplo era sencillo: tomo al ruso (Mauricio) Rosencof y lo pongo con Tróccoli. Fracasó la idea de inmediato. Por un lado porque el ruso no quería eso y por otro Tróccoli era ya inencontrable, estaba muy escamado.
Entonces la cosa se hizo muy compleja, esta película fue un enorme sufrimiento y además yo estaba débil y no sabía que tenía una vista muy mal, no veía bien los colores y no enfocaba bien. Tengo un montón de cosas que quedaron fuera de foco, y poco a poco me di cuenta que tenía cataratas. Entonces esos problemas del cuerpo me repercutieron, empecé a filmar en la mano y largué en seguida, no tenía energía. Compré un buen trípode y ahí empecé a desvariar y equivocarme mucho para encontrar un rumbo.
-La reflexión que me hago ahora es que quiza me dejé llevar por la realidad que era en definitiva caótica, tanto tiempo de dictadura y tan variado todo lo que sucedía. La película quedó por lo tanto relativamente caótica, igual que aquel período. Para cubrirlo desde un punto de vista sociológico, de encuesta bien hecha, se hubiera requerido de 4000 entrevistas, y ni yo ni nadie está preparado para eso. Hice 70, que es mucho trabajo, pero solo se usaron 15.
Elegimos aquellos entrevistados que formaban como personajes entre sí, que uno dice algo y otro parece seguir. Estuvo muy bien lo que agregaron creativamente en Madrid mi hija y su novio, ese sistema "interruptado" como dicen, que una persona no completa el pensamiento y aparece otro que lo hace, a veces en concordancia y otras con sentido opuesto.
-La gente que conseguimos entrevistar era buena, y elegimos a personas poderosamente expresivas como Engler, Mauricio Vigil, Rosencof, o del otro lado García Pintos Domínguez y Gilberto Vázquez. Para conseguir la entrevista con Vázquez quien hizo un gran esfuerzo y se ocupó de coordinar todo fue Gastón Bralich, y al final creo que obtuvo algo que es primicia exclusiva, no lo tiene nadie ni lo va a tener nadie
-A esta gente de la derecha yo me presenté, mire, yo soy de izquierda, yo hice la película "Aparte", si quiere hablar por favor, y diga lo que quiera, y después lanzo pequeñas puntas. Es lo que hago normalmente si tengo que entrevistar, porque yo no soy María Esther Gillio, así que me presento y digo: diga lo que quiera. El método resultó con Gilberto Vázquez, primero hubo una larga sesión sin grabar, no nos habían dado todavía el permiso y si se consiguió fue gracias a apoyos que yo no conocí, que los manejó Gastón. Una anécdota: para terminar de convencer a Vázquez yo metí un Dvd de "Aparte" en un sobre y le puse con letras enormes: de Mario Handler para Gilberto Vázquez en la Cárcel Central. Se llamó a un taxi para enviarlo y el taxista se empezó a matar de risa, y lo llevó encantado.
-Resolví desde el principio no incluir la información previa, que la tengo completa en la memoria: la posguerra, los cincuenta, los sesenta.. eso sería la película cero, el prólogo. También resolví no poner ni un solo material de archivo que no fuera mío, solamente puse muy poco tiempo de archivo dictatorial y muy pocos trozos de mis propias películas, solo para crear un cierto ambiente y dar una cierta hilación. Volví a mi tradición interna que es: no hacer películas con material de archivo. Es algo que cada día odio más, aunque casi todos mis alumnos quieren hacer eso, películas de edición con lo que otro, como yo, se rompió el culo filmando. Está lleno de gente, jóvenes y veteranos que me piden material para hacer una película, y yo les digo: por qué no salís a la calle y filmás, tenés una realidad, filmala.
-Hubo diez o doce ediciones distintas que no conformaron, ni a mí ni a nadie, si te las mostrara verías que producen una sensación de no completicidad. La versión final la realizó mi hija Florencia con su novio Julio Gutiérrez, y yo la aprobé porque ya estaba cansado y quería liberarme de esa película que me estaba cayendo como un palo, cuando estaba cada vez más débil. Ya recibí la acusación de que el montaje es caótico. Yo no creo eso, sí creo que es atrevido.
-Esa objeción de que quedan como únicos protagonistas los tupamaros y los militares es tuya, y creo que no es verdad. Un cineasta tiene opciones, y una es la concentración: hay tres millones de cosas que no puse. Es decir, todo es selectivo, la foto es selectiva, yo también lo soy. Me concentré en la vida dictatorial, por eso están Fernando Frontán y Andrea Villaverde y Concari.Y creo que de la película para nada surge la teoría de los dos demonios, simplemente había que elegir protagonistas y si no, me voy por las ramas. Acá por ejemplo no está toda la actuación de Wilson y otra gente, ni la actividad de los comunistas o los anarquistas, ni la gente del pueblo que sí fue partidaria de la dictadura, ni las variantes tupas o las variantes militares, o los líos entre Bordaberry y la TFP (Tradición Familia Propiedad). Hay un millón de conflictos que no caben en 82 minutos. Pero no sale de la película un pronunciamiento de ese estilo.
-Lo que falta es bastante, pero para eso tendría que haber un prólogo, la película número cero. Voy a cubrirlo de otra manera, los restos, que son enormes, como seis horas, están siendo editados por Beltramelli y Fabiana Macedo en un DVD separado, una selección informativa, sin arte, con capítulos sobre setenta personas. También con materiales de archivo míos, como la filmación que hice en Copenhague en 1991 a un marino desertor, y con noticieros de la dictadura más completos que lo que aparece en la película.
-Cuando yo hice mi primer peliculita en Praga, le puse: "esta es una vision parcial y personal", una ingenuidad, porque todas las visiones son parciales y personales. En este caso lo que yo quería era una visión impresionística, basada en emociones y narrada, es decir, acciones narradas que conducen a emociones. En ese sentido se puede decir que está lograda. O no, ninguna película puede satisfacer a todo el mundo, ni siquiera las de Harry Potter.
"Decile a Mario que no vuelva"
COSAS QUE SE DICEN
-La "cárcel del pueblo", la gente que estaba ahí, llamados "chanchos", que ya es un término denigrante, estando en unos huecos sórdidos, ¿no? porque esa es la verdad, eso, ¿no era parecido a una forma de tortura?
Mario Handler
-Fuimos a Munich y recibimos instrucción en la Escuela de Inteligencia de Alemania Federal, que era dirigida por un capitán retirado que había sido ayudante de Rommel. Me enseñan los alemanes lo que es inteligencia. Nosotros no teníamos idea. Y aprendimos otro mundo, que existía otro mundo, cómo funcionan los servicios de inteligencia.
Gilberto Vázquez
-"De lo que ustedes saquen de esta gente depende la supervivencia de la nación".
Nos dice: "En la guerra no sólo hay que arriesgar la vida, también hay que arriesgar el alma". Ahí nos estaban, estaban orientando que es lo que había que hacer. Y fuimos y lo hicimos.
Gilberto Vázquez
-El sentir ciudadano, era que le encantaba el Golpe de Estado, porque se terminaba de una buena vez con el Parlamento y todos los politiqueros que estaban lucrando a costillas del Estado, no hacían nada por la ciudadanía.
Ricardo Domínguez
-Y él se da maña para hacer de pared a pared un agujero. Esa pared recibió muchísimas confesiones y después empezó a recibir caricias y después empezó a recibir más que caricias, promesas. Nos enamoramos.
Jessie Macchi
-Y un preso lee las etiquetas de los frascos de medicamento aunque no entienda nada, lee cualquier cosa, el papel del jabón, lo que sea lee. Y con eso... bueno, su cabeza elabora otros mundos.
Carlos Liscano
-Y el que estaba en la joda que se joda Y el que no estaba en la joda no tenía problemas.
Ricardo Domínguez
-Hacía 6 meses que tenía diarreas con sangre. Entonces al final trajeron a un médico, del Hospital Militar, que me examinó y se dio vuelta y le dijo al sargento: "Miren a este recluso tienen que darle bife y además puré de papas, y luego le hacen una manzanita al horno". El sargento casi se muere de la risa, pero simuló bien. Y después que se fue el médico me agarraron del cogote, me arrastraron hasta la celda y me dijeron: "Bife te vamos a dar a vos..."
Henry Engler
-No teníamos idea de qué carajo era el Partido Comunista, los Tupamaros, el PVP: para nosotros eran todos enemigos.
Gilberto Vázquez
-Pero la pensaron muy bien, porque lo que querían era eso. Querían controlarlos en la cabeza, ideológicamente. Hicieron mucho daño físico, desparecieron gente, eso fue penoso, pero lo que hicieron con nuestra generación, esa fumigación tan jodida... porque en realidad nos mutilaron
el pensamiento.
Fernando Frontán
-Nosotros nos metimos en eso y yo no quiero ni que me perdonen, ni amnistiar a nadie, ni que me amnistíen. Ellos no tienen autoridad moral para amnistiarme.
Mauricio Vigil
-Y un día yo estaba con un compañero en la celda y el compañero me dice: hay olor a mujer. Y nos quedamos en silencio y de pronto, además del olor a mujer, oíamos la voz de una mujer! eso ya era el delirio mayor ¿no? Y era de día, no de noche cuando uno puede estar soñando.
Carlos Liscano
-La guerra es efectivamente lo contrario a los derechos humanos. Es la destrucción del enemigo.
Y para destruir al enemigo hay que destruirle los derechos. Y hay que destruirle el físico, y hay que destruirle la moral.
Daniel García Pintos
-Nosotros sabíamos lo que hacíamos. Nosotros éramos conscientes de que teníamos que pagar el precio que tuviéramos que pagar. Si nos tenían que matar a todos, era parte del precio.
Henry Engler
-Yo creo que la tortura no puede ser el vidrio a través del que veamos todo. Es una experiencia durísima que nos costó a nosotros, pero yo creo que está mal que nos tengamos lástima por lo que nos pasó. Nos pasaron cosas espantosas. Y cosas que nos han dejado marcas para siempre. Y gente maravillosa que quedó por el camino. Pero no son por estos hijos de puta, es porque nos metimos en eso.
Mauricio Vigil
-Este film es un intento de reconciliación o de convivencia. Y es también, una búsqueda de verdad o de verdades. Y quizás, una reconstrucción del alma de la sociedad y de mi alma.
Mario Handler
Publicado en Brecha el 17/10/2008
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Se estrena lo último de Handler
Diversos puntos de vista sobre la última dictadura cívico-militar
(La República)
Llega hoy a los cines nacionales "Decile a Mario que no vuelva", el último trabajo de Mario Handler. El filme presenta testimonios de ex presos políticos, militares, policías, militantes políticos, escritores y jóvenes que aportan sus vivencias sobre la dictadura cívico-militar.
Mario Handler expresó a LA REPUBLICA que se trata de una película en la que la acción se expresa, principalmente, a través de palabras. De esta manera se van retratando las vivencias de los entrevistados sobre la época dictatorial.
Consultado sobre qué lo impulsó a realizar este filme, el documentalista aclaró que cuando se exilió en Venezuela no pudo rodar nada sobre la dictadura porque no consideraba que eso fuera útil y, además, le resultaba muy difícil. Asimismo, agregó que tampoco estaba profundamente metido en la vida política de Uruguay, sino más bien en la vida política venezolana o latinoamericana. Por lo anterior, el cineasta enfatizó que su película "es como una ofrenda a los que se quedaron aquí y aguantaron".
Handler avisó que "no hay prólogo, tampoco hay información sobre la dictadura, sino la que está internamente en estas narraciones vivenciales, lo cual hace que la gente pueda llegar a la emoción, que es lo que uno desea, y reconstruir en sus mentes algo que ocurrió hace mucho tiempo".
Sobre la forma en que fue realizando las entrevistas, el realizador explicó que permitía que las personas hablaran libremente. Sus intervenciones fueron muy escasas y sólo para que el entrevistado mantuviera su línea argumental. "Muchos de los que grabé no me dijeron nada. En algunos casos desgrababa una, dos o tres horas y no había nada. En algunos casos por conveniencia, ya que a algunos les sirve no decir nada", añadió.
El director recabó declaraciones de setenta personas y, finalmente, escogió a quince para incluirlas en la cinta. Dentro de esa lista se encuentran representantes de ambos bandos. De esta manera van sucediéndose los testimonios de Henry Engler, Mauricio Vigil, Mauricio Rosencof y Andrea Villaverde, pero también los del comisario Alejandro Otero que representa la posición legalista, Daniel García Pintos y, sobre todo, una entrevista exclusiva con el ex coronel Gilberto Vázquez.
Acerca de la charla que sostuvo con Vázquez, Handler puso énfasis en que fue "la única entrevista completa que él concedió frente a una cámara, y se sincera bastante. Obtuve informaciones que me resultaron muy extrañas así que las tuve que verificar. Por ejemplo, que se adiestró con el servicio secreto alemán y el Mossad. Eso es una primicia, es muy fuerte".
Las distintas declaraciones que se van sucediendo en el filme conformaron lo que el documentalista define como "una especie de mosaico o de trama sobre la cual se teje una urdimbre que genera una cierta comprensión de aquellos doce años".
En lo que respecta al equilibrio entre las distintas posturas, Handler aseguró que "es un intento que hay que hacer, pero eso falla siempre; equilibrio no puede haber, lo que puede haber es dialéctica, que es otra cosa. Es un equilibrio dinámico". A su vez, resaltó que "en la edición hicimos interrupciones constantes del discurso para pasar a otra cosa y luego volver. Yo sé que esto es muy atrevido, muy peligroso, pero parece que en mucha gente resultó, tuvo éxito en una gran parte del público.
Es una película que requiere mucha inteligencia, mucho seguimiento de parte del público. Puede parecer un poco caótica, lo cual no me parece mal. La realidad es muy compleja, se acerca siempre a algo que es un poco caótico".
Para Handler, su producción apunta a ser "una evocación que, para la gente de mi edad, es más bien un repaso. Para la gente de edad intermedia los que ahora podrán tener entre 40 y 50 años , les puede también servir porque vivieron una parte de su juventud bajo una dictadura; y los que eran niños que entendieron algo o no, ahora podrán entenderlo".
"Lo importante es que el público la vea, la discuta y que pase lo que tenga que pasar", concluyó el realizador.
La República
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(La República)
Llega hoy a los cines nacionales "Decile a Mario que no vuelva", el último trabajo de Mario Handler. El filme presenta testimonios de ex presos políticos, militares, policías, militantes políticos, escritores y jóvenes que aportan sus vivencias sobre la dictadura cívico-militar.
Mario Handler expresó a LA REPUBLICA que se trata de una película en la que la acción se expresa, principalmente, a través de palabras. De esta manera se van retratando las vivencias de los entrevistados sobre la época dictatorial.
Consultado sobre qué lo impulsó a realizar este filme, el documentalista aclaró que cuando se exilió en Venezuela no pudo rodar nada sobre la dictadura porque no consideraba que eso fuera útil y, además, le resultaba muy difícil. Asimismo, agregó que tampoco estaba profundamente metido en la vida política de Uruguay, sino más bien en la vida política venezolana o latinoamericana. Por lo anterior, el cineasta enfatizó que su película "es como una ofrenda a los que se quedaron aquí y aguantaron".
Handler avisó que "no hay prólogo, tampoco hay información sobre la dictadura, sino la que está internamente en estas narraciones vivenciales, lo cual hace que la gente pueda llegar a la emoción, que es lo que uno desea, y reconstruir en sus mentes algo que ocurrió hace mucho tiempo".
Sobre la forma en que fue realizando las entrevistas, el realizador explicó que permitía que las personas hablaran libremente. Sus intervenciones fueron muy escasas y sólo para que el entrevistado mantuviera su línea argumental. "Muchos de los que grabé no me dijeron nada. En algunos casos desgrababa una, dos o tres horas y no había nada. En algunos casos por conveniencia, ya que a algunos les sirve no decir nada", añadió.
El director recabó declaraciones de setenta personas y, finalmente, escogió a quince para incluirlas en la cinta. Dentro de esa lista se encuentran representantes de ambos bandos. De esta manera van sucediéndose los testimonios de Henry Engler, Mauricio Vigil, Mauricio Rosencof y Andrea Villaverde, pero también los del comisario Alejandro Otero que representa la posición legalista, Daniel García Pintos y, sobre todo, una entrevista exclusiva con el ex coronel Gilberto Vázquez.
Acerca de la charla que sostuvo con Vázquez, Handler puso énfasis en que fue "la única entrevista completa que él concedió frente a una cámara, y se sincera bastante. Obtuve informaciones que me resultaron muy extrañas así que las tuve que verificar. Por ejemplo, que se adiestró con el servicio secreto alemán y el Mossad. Eso es una primicia, es muy fuerte".
Las distintas declaraciones que se van sucediendo en el filme conformaron lo que el documentalista define como "una especie de mosaico o de trama sobre la cual se teje una urdimbre que genera una cierta comprensión de aquellos doce años".
En lo que respecta al equilibrio entre las distintas posturas, Handler aseguró que "es un intento que hay que hacer, pero eso falla siempre; equilibrio no puede haber, lo que puede haber es dialéctica, que es otra cosa. Es un equilibrio dinámico". A su vez, resaltó que "en la edición hicimos interrupciones constantes del discurso para pasar a otra cosa y luego volver. Yo sé que esto es muy atrevido, muy peligroso, pero parece que en mucha gente resultó, tuvo éxito en una gran parte del público.
Es una película que requiere mucha inteligencia, mucho seguimiento de parte del público. Puede parecer un poco caótica, lo cual no me parece mal. La realidad es muy compleja, se acerca siempre a algo que es un poco caótico".
Para Handler, su producción apunta a ser "una evocación que, para la gente de mi edad, es más bien un repaso. Para la gente de edad intermedia los que ahora podrán tener entre 40 y 50 años , les puede también servir porque vivieron una parte de su juventud bajo una dictadura; y los que eran niños que entendieron algo o no, ahora podrán entenderlo".
"Lo importante es que el público la vea, la discuta y que pase lo que tenga que pasar", concluyó el realizador.
La República
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Crónica de los años de plomo
Por Jorge Abbondanza (para El País)
Expresamente, el realizador de este documental uruguayo define su trabajo como "un intento de reconciliación o de convivencia". Para eso planta su cámara delante de un amplio abanico de entrevistados que cuentan sus experiencias durante los años de la dictadura.
El friso incluye presos políticos, miembros de la policía, algún legislador oficialista y gente más joven que en la época comenzaba a vivir y a conocer un mundo que se hacía pedazos. Por suerte, el plan se apoya en la anécdota menuda y no en la retórica, lo cual redobla el interés del resultado con un aire de sinceridad evocativa y algún extremo de insólita franqueza en las declaraciones. Para espectadores veteranos es un testimonio que reaviva la memoria y para un público juvenil puede ser una puerta de acceso a las rudezas que padeció este país.
La utilidad de esa indagación verbal consiste en explorar muchas facetas para ayudar a despejar una verdad compleja y todavía tensa, cuatro décadas después de los acontecimientos. Los viejos enconos y brotes de emoción no impiden la soltura coloquial ni alguna hebra de humor con que las figuras (un jefe guerrillero, un escritor encarcelado, un comisario famoso, una combatiente enamorada, un músico sin pelos en la lengua) entregan sus recuerdos. Ese material tiene la reciedumbre con que el libretista, camarógrafo y director Mario Handler ha incursionado en el documental desde los años 60, aunque su apasionamiento desemboca ahora en una visión más apaciguada, como conviene a la reconciliadora madurez.
Decile a Mario que no vuelva
Atención a...
El estilo formal desnudo y casi áspero de la película, donde un lente deliberadamente inmóvil se clava frente a los personajes para atrapar sus confidencias, como si fuera el ojo de un intruso tenaz o la mirada de un testigo muy atento.
El País
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Expresamente, el realizador de este documental uruguayo define su trabajo como "un intento de reconciliación o de convivencia". Para eso planta su cámara delante de un amplio abanico de entrevistados que cuentan sus experiencias durante los años de la dictadura.
El friso incluye presos políticos, miembros de la policía, algún legislador oficialista y gente más joven que en la época comenzaba a vivir y a conocer un mundo que se hacía pedazos. Por suerte, el plan se apoya en la anécdota menuda y no en la retórica, lo cual redobla el interés del resultado con un aire de sinceridad evocativa y algún extremo de insólita franqueza en las declaraciones. Para espectadores veteranos es un testimonio que reaviva la memoria y para un público juvenil puede ser una puerta de acceso a las rudezas que padeció este país.
La utilidad de esa indagación verbal consiste en explorar muchas facetas para ayudar a despejar una verdad compleja y todavía tensa, cuatro décadas después de los acontecimientos. Los viejos enconos y brotes de emoción no impiden la soltura coloquial ni alguna hebra de humor con que las figuras (un jefe guerrillero, un escritor encarcelado, un comisario famoso, una combatiente enamorada, un músico sin pelos en la lengua) entregan sus recuerdos. Ese material tiene la reciedumbre con que el libretista, camarógrafo y director Mario Handler ha incursionado en el documental desde los años 60, aunque su apasionamiento desemboca ahora en una visión más apaciguada, como conviene a la reconciliadora madurez.
Decile a Mario que no vuelva
Atención a...
El estilo formal desnudo y casi áspero de la película, donde un lente deliberadamente inmóvil se clava frente a los personajes para atrapar sus confidencias, como si fuera el ojo de un intruso tenaz o la mirada de un testigo muy atento.
El País
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Lanzamiento
La película obtuvo el Premio del Público en el Festival Internacional de Documentales de Madrid (Documenta-Madrid 2008) y tuvo su primer exhibición mundial en el Festival Internacional de Cine Documental de Amsterdam (IDFA).
Evocación de la vida en dictadura desde la perspectiva de un exiliado, el documental de Handler encuentra y registra a una docena de uruguayos que dicen sus verdades (presos, militares, policías, militantes políticos, escritores, jóvenes de esa época) y que expresan un complejo friso de la vida en aquellos años. Leer más...
La historia interminable
Entrevista de Gerardo Carrasco (para Montevideo Portal)
“Decile a Mario que no vuelva”, nuevo film del realizador Mario Handler, aborda a través de su experiencia y de numerosos testimonios, un relato emotivo de la última dictadura. Montevideo Portal dialogó con el cineasta, quien realizó la única entrevista grabada a Gilberto Vázquez, luego de su reclusión.
Luego de concitar una encendida polémica con su film documental “Aparte” en 2002, el cineasta uruguayo Mario Handler vuelve a la acción con un nuevo trabajo, que se exhibirá en los cines de Montevideo desde el el viernes 17. A partir de una frase vinculada a su historia personal, el realizador apunta a una reconstrucción narrativa y emotiva de la última dictadura militar uruguaya. Para conseguir su objetivo, Handler entrevistó a decenas de personas de diferente signo político, quienes aportaron -más desde la vivencia que de la ideología- los hechos que consideraron más relevantes de ese período histórico. Durante la filmación, el veterano director consiguió el testimonio del escurridizo Gilberto Vázquez, quien se encontraba recluido en Cárcel Central.
En entrevista con Montevideo Portal, el director y realizador de “Decile a Mario que no vuelva”, habló sobre el proceso de creación del film, así como de as sorprendentes declaraciones de algunos de sus participantes.
¿Cómo surge la idea, o la motivación para rodar “Decile a Mario que no vuelva”?
No sé si alguna vez surgió (ríe), tuvo algo de parto, de gran dificultad. No recordaré con placer la hechura de esta película porque el placer fue más bien el darla por terminada y estrenarla. La cuestión es que comencé con algunas ideas, luego seguí con otras y además no conseguía la plata. De hecho, no conseguí ningún dinero uruguayo.
¿De qué manera pudo financiarla?
Empezó con sacrificio mío y de mi mujer, y luego llegó el detonante: ella me convenció de que me presentara a la beca Guggenheim, que es muy difícil de obtener. Mi amigo Levrero estuvo como catorce años, y varios cineastas se han presentado repetidamente sin lograrlo, así que yo me dije “no voy a perder tiempo, van a ser como diez años de espera”. Sin embargo, me presenté y la gané de primera. Lo bueno de la Guggenheim es que dan algo de dinero sin obligación ninguna, si no entregás un carajo no pasa nada, y tampoco tenés que viajar a EEUU. Así que la cosa empezó bien.
También -aunque esto quizá no debiera decirlo-, la obtención de esa beca produjo cierta envidia. En lugar de felicitarme, hubo gente que “se dio por enterada”. Luego obtuvimos trabajosamente, con mucho papeleo, dinero de un fondo holandés, e incluso “mendigamos” a un segundo fondo holandés, que no se dedica a cine pero igual le caímos. Con esos fondos, algunos dineros de mi mujer y otras ayudas, se pudo realizar la película.
¿Cuándo comenzó a filmarse?
En realidad mi proyecto inicial era bien diferente. Después de terminar “Aparte”, allá por el 2004, yo estaba bastante enfermo y muy debilitado. Es más, hace dos meses tuve mi tercera intervención cardíaca en Berlín. Así que yo estaba cansado y con pocas energías, entonces pensé en hacer algo sencillo, de unas pocas semanitas, como para cumplir conmigo mismo, con mis propias ganas de estar en activo.
Y esas semanitas se alargaron...
Mucho. Las ideas originales no funcionaban y las peripecias fueron muy largas. Además existieron complicaciones de otra clase, porque yo me quedé con la misma cámara con que hice “Aparte”, y cuando ya tenía buena parte de la película filmada, aparecieron las cámaras nuevas. La gran decisión era entonces cambiar o no cambiar en medio de la obra, y además hubo que hacer reparaciones. Ocurrieron muchas complicaciones técnicas, y yo estaba cada vez más débil por mi enfermedad. Tuve que pedirle a mi amigo Mario Jacob que me ayudara en muchas cosas, ya no sólo en la producción ejecutiva.
Decía que comenzó con algunas ideas que luego fueron modificadas ¿cuáles eran esas ideas?
Se fue filmando con la idea de poner unas pocas cosas en contraposición, utilizando una dialéctica sencilla. Por ejemplo: Rosencof y Tróccoli juntos. Eso no resultó, y de hecho, de todos los que yo tomé, sólo Engler y Vigil actuaron juntos y son amigos. Hubo muy pocas oportunidades de enfrentar gente.
Al no producirse esas confrontaciones, empezamos a recurrir a un sistema acumulativo, donde se utilizaría mucho material de archivo. Debo confesar que probablemente no tenía las ideas muy claras, dada toda la problemática que decía recién, pero creo que parte del interés de la película tiene que ver con esa aparente confusión, que la dota de emotividad.
¿La película es interesante por una confusión?
No. Se trata más bien de una cierta estructura, que algunos opinan que es desordenada y otros dicen que está muy bien porque es provocativa. Para mí resulta muy difícil ser autocrítico. Dentro de unos años podré dar mi idea como espectador, pero ahora lo estoy contando un poco en el aire.
Desde el nombre, la película sugiere un contenido autobiográfico ¿qué tanto hay de su historia personal allí?
Eso fue una enorme dificultad, porque yo no soy de pasarme al frente de la cámara, y sin embargo esta vez me filmaron muchísimas veces.
¿La frase “Decile a Mario que no vuelva”, a quién pertenece?
La dice Rosencof en una de las primeras grabaciones que le hice. Yo partí hacia Venezuela el 10 de noviembre del '72, cuando parecía estar todo en calma...fijate qué bobo puede ser uno. Habían caído muchos amigos, como Rosencof, o Mario Terra. Yo me había ido con la idea de volver muy pronto, y me quedé en casa de un amigo que había caído en bancarrota, no tenía ni una moneda para usar el teléfono público. Estaba entonces con mis ilusiones de hacer algunos mangos y volver, y llevaba unos tres meses en Venezuela cuando me llegó el críptico mensaje de Rosencof por intermedio de su esposa de entonces, Carmen Echave: “dice el ruso que no vuelvas”. Ahí tomé conciencia de la gravedad de la situación, y se vino al exilio toda mi familia.
Yo trabajaba como “periférico” del MLN y éramos muy amigos con el ruso, aunque él era importante y yo no. En la película le pregunto cómo logró avisarme, y el explica que en una visita, durante un breve descuido de la guardia, pudo acercarse a su mujer y susurrarle muy bajito “decile a Mario que no vuelva”. A esa altura del rodaje, yo tenía un título medio infantil que nunca convenció a nadie: “Yo quiero saber”, pero al final quedó el “decime”, así, en uruguayo.
Fue más a o menos en ese momento de la filmación que comenzó el proceso acumulativo, preguntándonos un poco cómo entender lo que fue la dictadura, todos mis años de exilio...
¿La película aspira a lograr esa comprensión?
Aspira a entender emocionalmente, es decir, se producen evocaciones. Llegó un momento en que renuncié a realizar visita alguna a cuarteles o cárceles, ni siquiera fui al shopping de Punta Carretas. Se trata de una evocación verbal. Yo soy un poco extremista en mí estética, y decidí hacer algo que nunca había hecho: pura verba, una verba evocativa. Junté muchísimo material de archivo y al final no puse nada, sólo trozos de películas mías. Generé a través de mí mismo un hilo conductor, con pequeñas anécdotas de lo sucedido. En ese proceso se entrevistaron setenta personas, y finalmente seleccionamos quince que “daban personaje”, gente reconocible y con una cierta coherencia narrativa. El resto del material va a quedar en un dvd de seis horas de duración, sin arte y complementario de la película.
Luego llegó un punto en que tenía mucho material, gente muy valiosa desde el punto de vista histórico, diciendo cosas muy interesantes, y se inició la etapa de edición...y no daba nunca con el clavo.
Entonces es una película que se hizo más quitando que poniendo...
(Ríe) Todo el tiempo. Al final quedó una versión que aprobé, y fue terminada en Madrid por mi yerno y mi hija
¿Ellos fueron quienes le dieron la forma definitiva?
No sé, le deben haber dado martillazos, como se debe hacer cuando se trabaja en edición, como también yo lo hago. Trabajaron duramente. Por ejemplo, las grabaciones donde yo hablo fueron realizados por cuatro personas, y nunca resultaba. Al final dicen que resultó, pero yo no puedo juzgar.
¿Y cómo fue la reacción de los espectadores?
Yo asistí a el estreno mundial en Amsterdam, con dos funciones, y el público quedó enloquecido, al punto de que no me dejaban irme de la sala. Ahí me di cuenta de que la película va a ir bien de público -que es lo principal- pero no va a ir tan bien de premios. Hasta el momento tenemos tres “premiecitos”, y no voy a luchar por más, porque salen muy caros. Hay una cantidad de costos logísticos, de envíos y más envíos, que los hace onerosos.
El estreno holandés fue exitoso, ante un público que no necesariamente conoce nuestra historia reciente ¿tiene entonces la película interés para ese público extranjero?
Tiene arrastre, la vio un público que no conoce la historia, y he recibido cartas emocionadísimas de gente muy agradecida, y también varias reseñas muy positivas.. Para mi sorpresa, algunos me han dicho que las película les parece mejor que “Aparte”, cosa que yo no creo.
Como toda película, habrá gente que dirá que es maravillosa y gente que dirá que no sirve para nada, así como gente que esté a favor o en contra por razones políticas. Va a haber de todo.
Llama la atención la diversidad de perfiles en los entrevistados, con gente del MLN y también García Pintos y Gilberto Vázquez ¿Cómo fueron sus declaraciones?
García Pintos habló muy bien desde su punto de vista, ya que él mismo se autodefine como “facho”, así, con ese término.
¿Y cómo se logró la entrevista con Gilberto Vázquez, que estaba en Cárcel Central?
Fue complicado, porque todo el mundo quería entrevistarlo. Entonces utilizamos la influencia de Gastón Bralich, que falleciera poco después. Él trabajó muy duro, llegó al Ministerio del Interior, donde estaban Juan Faroppa y José Díaz. En fin, tocó todas las puertas con mucha habilidad.
¿Pero Vázquez no quería hablar, o quería y no lo dejaban?
No quería hablar, no le dio a nadie una entrevista. Incluso hubo queja pública de dos periodistas importantes. Me acuerdo que una periodista radial me escribió exigiendo “igualdad de oportunidades”, lo que me pareció un poco ingenuo. No se puede pretender que yo -que no tengo influencias- volviera a llamar a todas las personas que se movilizaron, para conseguirle a ella esa entrevista, en nombre de una igualdad de oportunidades que no existe.
¿Y por qué cree que Gilberto Vázquez sí le concedió la entrevista?
No lo sé, quizá estaba asesorado, o entendía que le resultaba conveniente hablar conmigo y no con otros. Finalmente en Cárcel Central tuvimos dos entrevistas. En la a primera no se nos permitió grabar nada, así que decidimos volver un domingo a las hora de la siesta, cuando está todo más tranquilo. Nos metieron en un cuartito separado -donde está prohibido fumar y él fuma-, y ahí se destapó, habló mucho. También sucede que yo no acostumbro a presionar sobre nadie y dejo que hablen en libertad. Sólo al final pregunté más a fondo, por ejemplo, acerca de cómo hacían que la gente hablara. Entonces el confesó, “bueno, les empezábamos a pegar, les dábamos una pateadura, les dábamos en la cabeza con un fierrito”. Ahí el tema quedó claro. Como noticia se puede decir que se destapó mucha cosa de su trabajo como jefe de información del ejército.
Además hay dos “exclusivas”, periodísticamente hablando. Dijo que los EEUU no fueron quienes lo asesoraron, sino que fue enviado a Munich y adiestrado por alemanes. Según dijo, allí lo atendió un capitán que había sido ayudante de Rommel, quien le explicó que los “campeones” del tema eran la KGB y el Mossad, cosa que no sorprende. También contó que fue a la embajada de Israel aquí, y allí aceptaron enseñarle todo lo relacionado con la búsqueda de información.
¿Hay posibilidad de que eso sea cierto?
A raíz de esas declaraciones, empecé a pensar en función de la cronología de la dictadura, y me pareció coherente lo que decía, porque ya se habían “clavado” los estadounidenses con Dan Mitrione, y que Alemania se interesara en aquella época por lo que ocurría aquí, tiene sentido. Ellos se habían descuidado, y luego de la Segunda Guerra Mundial el espionaje alemán había perdido eficacia. Luego del asesinato múltiple de los Juegos Olímpicos de Muncih, quedó en evidencia que Alemania estaba muy mal en equipos de contingencia, tipo Swat.. Entonces crearon el servicio actual GSG9, que es de intervención rápida.
Se dieron muchos factores que hacen que uno pueda pensar que Alemania se interesara por la situación de insurgencia que había aquí, y que ayudara a los milicos.
En cuanto al Mossad, es un cuerpo que está pendiente de todo lo que afecte al estado de Israel, y al colectivo judío en general, y aquí había muchos presos judíos, entre anarcos, tupas y comunistas. También es cierto que entre algunos militares había cierto sentimiento filo nazi...
¿Y sin embargo, cree que el Mossad ayudó a estos militares?
Eso dice Gilberto. Es sabido que los servicios secretos mienten mucho, por eso yo lo cotejé con una cronología, y tengo que decir que al menos lo veo coincidente. Si esto es una novela, está bien contada. Gilberto dice que después entró en contacto con los yanquis e incluso llegó a dar clases. Pero según dice, lo que ellos enseñaban era guerra en la selva, técnicas que no tenían nada que ver con nuestro escenario. Ahora bien, yo estoy seguro que ni los alemanes ni el Mossad metieron la mano en ninguna cárcel ni nada por el estilo, pero si pueden haber participado del adiestramiento.
Cambiando de personaje ¿qué se puede decir del comisario Otero?
Él estaba en contra de los tupamaros y los comunistas, pero era un legalista, al punto que llegó a calificar a los militantes del MLN como “queridos enemigos”, a sabiendas de que si los tupamaros cambiaban de idea, podían masacrarlo. Lo que quedó claro en la charla es que él fue un policía legalista, pero llegó un momento en que la policía fue superada por las fuerzas armadas. Tanto en la policía como en el ejército, hubo gente que se fue, o que “los fueron”, así como unos cuantos presos.
¿Qué respuesta espera por parte del público?
A lo largo de las película, y con la palabra de gente que participó en los hechos, aparecen muchas puntas. Hay mucha información, pero esa información conforma una narración cargada de emotividad. Si logró que cierto público que se interesa por estos temas, lo vea de esa forma, estaré más que contento.
"La historia interminable" (Gerardo Carrasco para Montevideo Portal)
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“Decile a Mario que no vuelva”, nuevo film del realizador Mario Handler, aborda a través de su experiencia y de numerosos testimonios, un relato emotivo de la última dictadura. Montevideo Portal dialogó con el cineasta, quien realizó la única entrevista grabada a Gilberto Vázquez, luego de su reclusión.
Luego de concitar una encendida polémica con su film documental “Aparte” en 2002, el cineasta uruguayo Mario Handler vuelve a la acción con un nuevo trabajo, que se exhibirá en los cines de Montevideo desde el el viernes 17. A partir de una frase vinculada a su historia personal, el realizador apunta a una reconstrucción narrativa y emotiva de la última dictadura militar uruguaya. Para conseguir su objetivo, Handler entrevistó a decenas de personas de diferente signo político, quienes aportaron -más desde la vivencia que de la ideología- los hechos que consideraron más relevantes de ese período histórico. Durante la filmación, el veterano director consiguió el testimonio del escurridizo Gilberto Vázquez, quien se encontraba recluido en Cárcel Central.
En entrevista con Montevideo Portal, el director y realizador de “Decile a Mario que no vuelva”, habló sobre el proceso de creación del film, así como de as sorprendentes declaraciones de algunos de sus participantes.
¿Cómo surge la idea, o la motivación para rodar “Decile a Mario que no vuelva”?
No sé si alguna vez surgió (ríe), tuvo algo de parto, de gran dificultad. No recordaré con placer la hechura de esta película porque el placer fue más bien el darla por terminada y estrenarla. La cuestión es que comencé con algunas ideas, luego seguí con otras y además no conseguía la plata. De hecho, no conseguí ningún dinero uruguayo.
¿De qué manera pudo financiarla?
Empezó con sacrificio mío y de mi mujer, y luego llegó el detonante: ella me convenció de que me presentara a la beca Guggenheim, que es muy difícil de obtener. Mi amigo Levrero estuvo como catorce años, y varios cineastas se han presentado repetidamente sin lograrlo, así que yo me dije “no voy a perder tiempo, van a ser como diez años de espera”. Sin embargo, me presenté y la gané de primera. Lo bueno de la Guggenheim es que dan algo de dinero sin obligación ninguna, si no entregás un carajo no pasa nada, y tampoco tenés que viajar a EEUU. Así que la cosa empezó bien.
También -aunque esto quizá no debiera decirlo-, la obtención de esa beca produjo cierta envidia. En lugar de felicitarme, hubo gente que “se dio por enterada”. Luego obtuvimos trabajosamente, con mucho papeleo, dinero de un fondo holandés, e incluso “mendigamos” a un segundo fondo holandés, que no se dedica a cine pero igual le caímos. Con esos fondos, algunos dineros de mi mujer y otras ayudas, se pudo realizar la película.
¿Cuándo comenzó a filmarse?
En realidad mi proyecto inicial era bien diferente. Después de terminar “Aparte”, allá por el 2004, yo estaba bastante enfermo y muy debilitado. Es más, hace dos meses tuve mi tercera intervención cardíaca en Berlín. Así que yo estaba cansado y con pocas energías, entonces pensé en hacer algo sencillo, de unas pocas semanitas, como para cumplir conmigo mismo, con mis propias ganas de estar en activo.
Y esas semanitas se alargaron...
Mucho. Las ideas originales no funcionaban y las peripecias fueron muy largas. Además existieron complicaciones de otra clase, porque yo me quedé con la misma cámara con que hice “Aparte”, y cuando ya tenía buena parte de la película filmada, aparecieron las cámaras nuevas. La gran decisión era entonces cambiar o no cambiar en medio de la obra, y además hubo que hacer reparaciones. Ocurrieron muchas complicaciones técnicas, y yo estaba cada vez más débil por mi enfermedad. Tuve que pedirle a mi amigo Mario Jacob que me ayudara en muchas cosas, ya no sólo en la producción ejecutiva.
Decía que comenzó con algunas ideas que luego fueron modificadas ¿cuáles eran esas ideas?
Se fue filmando con la idea de poner unas pocas cosas en contraposición, utilizando una dialéctica sencilla. Por ejemplo: Rosencof y Tróccoli juntos. Eso no resultó, y de hecho, de todos los que yo tomé, sólo Engler y Vigil actuaron juntos y son amigos. Hubo muy pocas oportunidades de enfrentar gente.
Al no producirse esas confrontaciones, empezamos a recurrir a un sistema acumulativo, donde se utilizaría mucho material de archivo. Debo confesar que probablemente no tenía las ideas muy claras, dada toda la problemática que decía recién, pero creo que parte del interés de la película tiene que ver con esa aparente confusión, que la dota de emotividad.
¿La película es interesante por una confusión?
No. Se trata más bien de una cierta estructura, que algunos opinan que es desordenada y otros dicen que está muy bien porque es provocativa. Para mí resulta muy difícil ser autocrítico. Dentro de unos años podré dar mi idea como espectador, pero ahora lo estoy contando un poco en el aire.
Desde el nombre, la película sugiere un contenido autobiográfico ¿qué tanto hay de su historia personal allí?
Eso fue una enorme dificultad, porque yo no soy de pasarme al frente de la cámara, y sin embargo esta vez me filmaron muchísimas veces.
¿La frase “Decile a Mario que no vuelva”, a quién pertenece?
La dice Rosencof en una de las primeras grabaciones que le hice. Yo partí hacia Venezuela el 10 de noviembre del '72, cuando parecía estar todo en calma...fijate qué bobo puede ser uno. Habían caído muchos amigos, como Rosencof, o Mario Terra. Yo me había ido con la idea de volver muy pronto, y me quedé en casa de un amigo que había caído en bancarrota, no tenía ni una moneda para usar el teléfono público. Estaba entonces con mis ilusiones de hacer algunos mangos y volver, y llevaba unos tres meses en Venezuela cuando me llegó el críptico mensaje de Rosencof por intermedio de su esposa de entonces, Carmen Echave: “dice el ruso que no vuelvas”. Ahí tomé conciencia de la gravedad de la situación, y se vino al exilio toda mi familia.
Yo trabajaba como “periférico” del MLN y éramos muy amigos con el ruso, aunque él era importante y yo no. En la película le pregunto cómo logró avisarme, y el explica que en una visita, durante un breve descuido de la guardia, pudo acercarse a su mujer y susurrarle muy bajito “decile a Mario que no vuelva”. A esa altura del rodaje, yo tenía un título medio infantil que nunca convenció a nadie: “Yo quiero saber”, pero al final quedó el “decime”, así, en uruguayo.
Fue más a o menos en ese momento de la filmación que comenzó el proceso acumulativo, preguntándonos un poco cómo entender lo que fue la dictadura, todos mis años de exilio...
¿La película aspira a lograr esa comprensión?
Aspira a entender emocionalmente, es decir, se producen evocaciones. Llegó un momento en que renuncié a realizar visita alguna a cuarteles o cárceles, ni siquiera fui al shopping de Punta Carretas. Se trata de una evocación verbal. Yo soy un poco extremista en mí estética, y decidí hacer algo que nunca había hecho: pura verba, una verba evocativa. Junté muchísimo material de archivo y al final no puse nada, sólo trozos de películas mías. Generé a través de mí mismo un hilo conductor, con pequeñas anécdotas de lo sucedido. En ese proceso se entrevistaron setenta personas, y finalmente seleccionamos quince que “daban personaje”, gente reconocible y con una cierta coherencia narrativa. El resto del material va a quedar en un dvd de seis horas de duración, sin arte y complementario de la película.
Luego llegó un punto en que tenía mucho material, gente muy valiosa desde el punto de vista histórico, diciendo cosas muy interesantes, y se inició la etapa de edición...y no daba nunca con el clavo.
Entonces es una película que se hizo más quitando que poniendo...
(Ríe) Todo el tiempo. Al final quedó una versión que aprobé, y fue terminada en Madrid por mi yerno y mi hija
¿Ellos fueron quienes le dieron la forma definitiva?
No sé, le deben haber dado martillazos, como se debe hacer cuando se trabaja en edición, como también yo lo hago. Trabajaron duramente. Por ejemplo, las grabaciones donde yo hablo fueron realizados por cuatro personas, y nunca resultaba. Al final dicen que resultó, pero yo no puedo juzgar.
¿Y cómo fue la reacción de los espectadores?
Yo asistí a el estreno mundial en Amsterdam, con dos funciones, y el público quedó enloquecido, al punto de que no me dejaban irme de la sala. Ahí me di cuenta de que la película va a ir bien de público -que es lo principal- pero no va a ir tan bien de premios. Hasta el momento tenemos tres “premiecitos”, y no voy a luchar por más, porque salen muy caros. Hay una cantidad de costos logísticos, de envíos y más envíos, que los hace onerosos.
El estreno holandés fue exitoso, ante un público que no necesariamente conoce nuestra historia reciente ¿tiene entonces la película interés para ese público extranjero?
Tiene arrastre, la vio un público que no conoce la historia, y he recibido cartas emocionadísimas de gente muy agradecida, y también varias reseñas muy positivas.. Para mi sorpresa, algunos me han dicho que las película les parece mejor que “Aparte”, cosa que yo no creo.
Como toda película, habrá gente que dirá que es maravillosa y gente que dirá que no sirve para nada, así como gente que esté a favor o en contra por razones políticas. Va a haber de todo.
Llama la atención la diversidad de perfiles en los entrevistados, con gente del MLN y también García Pintos y Gilberto Vázquez ¿Cómo fueron sus declaraciones?
García Pintos habló muy bien desde su punto de vista, ya que él mismo se autodefine como “facho”, así, con ese término.
¿Y cómo se logró la entrevista con Gilberto Vázquez, que estaba en Cárcel Central?
Fue complicado, porque todo el mundo quería entrevistarlo. Entonces utilizamos la influencia de Gastón Bralich, que falleciera poco después. Él trabajó muy duro, llegó al Ministerio del Interior, donde estaban Juan Faroppa y José Díaz. En fin, tocó todas las puertas con mucha habilidad.
¿Pero Vázquez no quería hablar, o quería y no lo dejaban?
No quería hablar, no le dio a nadie una entrevista. Incluso hubo queja pública de dos periodistas importantes. Me acuerdo que una periodista radial me escribió exigiendo “igualdad de oportunidades”, lo que me pareció un poco ingenuo. No se puede pretender que yo -que no tengo influencias- volviera a llamar a todas las personas que se movilizaron, para conseguirle a ella esa entrevista, en nombre de una igualdad de oportunidades que no existe.
¿Y por qué cree que Gilberto Vázquez sí le concedió la entrevista?
No lo sé, quizá estaba asesorado, o entendía que le resultaba conveniente hablar conmigo y no con otros. Finalmente en Cárcel Central tuvimos dos entrevistas. En la a primera no se nos permitió grabar nada, así que decidimos volver un domingo a las hora de la siesta, cuando está todo más tranquilo. Nos metieron en un cuartito separado -donde está prohibido fumar y él fuma-, y ahí se destapó, habló mucho. También sucede que yo no acostumbro a presionar sobre nadie y dejo que hablen en libertad. Sólo al final pregunté más a fondo, por ejemplo, acerca de cómo hacían que la gente hablara. Entonces el confesó, “bueno, les empezábamos a pegar, les dábamos una pateadura, les dábamos en la cabeza con un fierrito”. Ahí el tema quedó claro. Como noticia se puede decir que se destapó mucha cosa de su trabajo como jefe de información del ejército.
Además hay dos “exclusivas”, periodísticamente hablando. Dijo que los EEUU no fueron quienes lo asesoraron, sino que fue enviado a Munich y adiestrado por alemanes. Según dijo, allí lo atendió un capitán que había sido ayudante de Rommel, quien le explicó que los “campeones” del tema eran la KGB y el Mossad, cosa que no sorprende. También contó que fue a la embajada de Israel aquí, y allí aceptaron enseñarle todo lo relacionado con la búsqueda de información.
¿Hay posibilidad de que eso sea cierto?
A raíz de esas declaraciones, empecé a pensar en función de la cronología de la dictadura, y me pareció coherente lo que decía, porque ya se habían “clavado” los estadounidenses con Dan Mitrione, y que Alemania se interesara en aquella época por lo que ocurría aquí, tiene sentido. Ellos se habían descuidado, y luego de la Segunda Guerra Mundial el espionaje alemán había perdido eficacia. Luego del asesinato múltiple de los Juegos Olímpicos de Muncih, quedó en evidencia que Alemania estaba muy mal en equipos de contingencia, tipo Swat.. Entonces crearon el servicio actual GSG9, que es de intervención rápida.
Se dieron muchos factores que hacen que uno pueda pensar que Alemania se interesara por la situación de insurgencia que había aquí, y que ayudara a los milicos.
En cuanto al Mossad, es un cuerpo que está pendiente de todo lo que afecte al estado de Israel, y al colectivo judío en general, y aquí había muchos presos judíos, entre anarcos, tupas y comunistas. También es cierto que entre algunos militares había cierto sentimiento filo nazi...
¿Y sin embargo, cree que el Mossad ayudó a estos militares?
Eso dice Gilberto. Es sabido que los servicios secretos mienten mucho, por eso yo lo cotejé con una cronología, y tengo que decir que al menos lo veo coincidente. Si esto es una novela, está bien contada. Gilberto dice que después entró en contacto con los yanquis e incluso llegó a dar clases. Pero según dice, lo que ellos enseñaban era guerra en la selva, técnicas que no tenían nada que ver con nuestro escenario. Ahora bien, yo estoy seguro que ni los alemanes ni el Mossad metieron la mano en ninguna cárcel ni nada por el estilo, pero si pueden haber participado del adiestramiento.
Cambiando de personaje ¿qué se puede decir del comisario Otero?
Él estaba en contra de los tupamaros y los comunistas, pero era un legalista, al punto que llegó a calificar a los militantes del MLN como “queridos enemigos”, a sabiendas de que si los tupamaros cambiaban de idea, podían masacrarlo. Lo que quedó claro en la charla es que él fue un policía legalista, pero llegó un momento en que la policía fue superada por las fuerzas armadas. Tanto en la policía como en el ejército, hubo gente que se fue, o que “los fueron”, así como unos cuantos presos.
¿Qué respuesta espera por parte del público?
A lo largo de las película, y con la palabra de gente que participó en los hechos, aparecen muchas puntas. Hay mucha información, pero esa información conforma una narración cargada de emotividad. Si logró que cierto público que se interesa por estos temas, lo vea de esa forma, estaré más que contento.
"La historia interminable" (Gerardo Carrasco para Montevideo Portal)
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El regreso de Handler
Comunicado de prensa
“Decile a Mario que no vuelva” marca el retorno del cineasta Mario Handler a las pantallas uruguayas después de “Aparte” (2002).
En “Decile a Mario que no vuelva”, Handler –que vivió 25 años fuera del Uruguay- encuentra y registra a una docena de personas que evocan lo que fue vivir la dictadura en Uruguay. “Las personas (agonistas), estarán de un lado o del otro, tendrán visiones opuestas o concordantes, el espectador es el que realizará la síntesis necesaria” escribió el autor en 2004 cuando este documental estaba por iniciarse. Presos, militares, policías, militantes políticos, escritores, jóvenes de esa época, son esos agonistas. “Aunque mi aproximación será objetiva, apareceré algunas veces en el film, ya que yo fui activo durante aquellos días pre-revolucionarios. Mi personalización (subjetivización) implica mis propias confesiones, evocaciones, pensamientos y reflexiones sobre quién o quienes son culpables, qué pasó, que podrá pasar”.
El rodaje de esta película insumió dos años y el montaje fue terminado hacia fines del año pasado. Para realizar “Decile a Mario que no vuelva” Handler entrevistó a más de cuarenta personas en Uruguay, Suecia, Israel y Alemania que dicen sus verdades (presos, militares, policías, militantes políticos, escritores, jóvenes de esa época) y que expresan un complejo friso de la vida en aquellos años. Entre otros, la película contiene la única entrevista otorgada por el coronel Gilberto Vázquez cuando estaba alojado en la Cárcel Central de Montevideo.
Después de un largo exilio en Venezuela, el cineasta Mario Handler vuelve a su país de origen. Percibe que a pesar del transcurrir de muchos años, la dictadura sigue presente en los medios, en la opinión pública y sobre todo en la memoria de la gente. Como no había hecho una película sobre la dictadura en Uruguay (1973-1985) durante su estadía en Venezuela, siente que les debe algo a los compañeros de lucha que no podían salir del pais. Este sentimiento de deuda se traduce en una película en la cual la gente con poesía, humor negro y conciencia aguda evoca una atmósfera precisa y densa de esta época oscura del Uruguay. Esta imagen es confrontada con testimonios de policías, politicos y un militar preso, el único militar que ha expresado sus acciones y su punto de vista en público.
“Decile a Mario que no vuelva” (Uruguay-España, 2007)
Dirección, Guión y Cámara: Mario Handler
Productor Ejecutivo: Mario Jacob
Investigación: Gastón Bralich
Edición: Florencia Handler, Julio Gutiérrez, Mario Handler
Música: Mauricio Vigil
Cámara adicional: Federico Beltramelli, Daniel Márquez, Settimio Presutto
Producción: Karin Handler
Productor Asociado y Post-Producción: Doce Gatos S.L. (Madrid)
Filmada en Uruguay, Suecia, Alemania, Israel.
Realizada con el apoyo de John Simon Guggenheim Memorial Foundation, Prince Claus Funds y Jan Vrijman Funds de Holanda y MVD Socio Audiovisual (IMM Montevideo).
Con la participación de: Walter Berrutti, David Cámpora, Héctor Concari, Ricardo Domínguez, Henry Engler, Fernando Frontán, Daniel García Pintos, Carlos Liscano, Jessie Macchi, Alejandro Otero, Mauricio Rosencof, Gilberto Vázquez, Mauricio Vigil y Andrea Villaverde.
Algunos films destacados:
1964 - "En Praga" (en FAMU, Checoslovaquia).
1965 - "Carlos, cine-retrato de un caminante en Montevideo" (Uruguay).
1967 - "Elecciones" (codirigida con Ugo Ulive) (Uruguay).
1968 - "Me gustan los estudiantes" (Uruguay).
1975 - "Dos Puertos y un Cerro" (Venezuela).
1977 - "Tiempo Colonial" (Venezuela).
1988 - "Mestizo", largometraje, dirección, producción, guión, montaje.
1998 - "Ágora", cinco documentales de una hora para TV, dirección.
2002 - "Aparte", largometraje documental. Leer más...
“Decile a Mario que no vuelva” marca el retorno del cineasta Mario Handler a las pantallas uruguayas después de “Aparte” (2002).
En “Decile a Mario que no vuelva”, Handler –que vivió 25 años fuera del Uruguay- encuentra y registra a una docena de personas que evocan lo que fue vivir la dictadura en Uruguay. “Las personas (agonistas), estarán de un lado o del otro, tendrán visiones opuestas o concordantes, el espectador es el que realizará la síntesis necesaria” escribió el autor en 2004 cuando este documental estaba por iniciarse. Presos, militares, policías, militantes políticos, escritores, jóvenes de esa época, son esos agonistas. “Aunque mi aproximación será objetiva, apareceré algunas veces en el film, ya que yo fui activo durante aquellos días pre-revolucionarios. Mi personalización (subjetivización) implica mis propias confesiones, evocaciones, pensamientos y reflexiones sobre quién o quienes son culpables, qué pasó, que podrá pasar”.
El rodaje de esta película insumió dos años y el montaje fue terminado hacia fines del año pasado. Para realizar “Decile a Mario que no vuelva” Handler entrevistó a más de cuarenta personas en Uruguay, Suecia, Israel y Alemania que dicen sus verdades (presos, militares, policías, militantes políticos, escritores, jóvenes de esa época) y que expresan un complejo friso de la vida en aquellos años. Entre otros, la película contiene la única entrevista otorgada por el coronel Gilberto Vázquez cuando estaba alojado en la Cárcel Central de Montevideo.
SINOPSIS
Después de un largo exilio en Venezuela, el cineasta Mario Handler vuelve a su país de origen. Percibe que a pesar del transcurrir de muchos años, la dictadura sigue presente en los medios, en la opinión pública y sobre todo en la memoria de la gente. Como no había hecho una película sobre la dictadura en Uruguay (1973-1985) durante su estadía en Venezuela, siente que les debe algo a los compañeros de lucha que no podían salir del pais. Este sentimiento de deuda se traduce en una película en la cual la gente con poesía, humor negro y conciencia aguda evoca una atmósfera precisa y densa de esta época oscura del Uruguay. Esta imagen es confrontada con testimonios de policías, politicos y un militar preso, el único militar que ha expresado sus acciones y su punto de vista en público.
FICHA TÉCNICA
“Decile a Mario que no vuelva” (Uruguay-España, 2007)
Dirección, Guión y Cámara: Mario Handler
Productor Ejecutivo: Mario Jacob
Investigación: Gastón Bralich
Edición: Florencia Handler, Julio Gutiérrez, Mario Handler
Música: Mauricio Vigil
Cámara adicional: Federico Beltramelli, Daniel Márquez, Settimio Presutto
Producción: Karin Handler
Productor Asociado y Post-Producción: Doce Gatos S.L. (Madrid)
Filmada en Uruguay, Suecia, Alemania, Israel.
Realizada con el apoyo de John Simon Guggenheim Memorial Foundation, Prince Claus Funds y Jan Vrijman Funds de Holanda y MVD Socio Audiovisual (IMM Montevideo).
Con la participación de: Walter Berrutti, David Cámpora, Héctor Concari, Ricardo Domínguez, Henry Engler, Fernando Frontán, Daniel García Pintos, Carlos Liscano, Jessie Macchi, Alejandro Otero, Mauricio Rosencof, Gilberto Vázquez, Mauricio Vigil y Andrea Villaverde.
FILMOGRAFÍA
Algunos films destacados:
1964 - "En Praga" (en FAMU, Checoslovaquia).
1965 - "Carlos, cine-retrato de un caminante en Montevideo" (Uruguay).
1967 - "Elecciones" (codirigida con Ugo Ulive) (Uruguay).
1968 - "Me gustan los estudiantes" (Uruguay).
1975 - "Dos Puertos y un Cerro" (Venezuela).
1977 - "Tiempo Colonial" (Venezuela).
1988 - "Mestizo", largometraje, dirección, producción, guión, montaje.
1998 - "Ágora", cinco documentales de una hora para TV, dirección.
2002 - "Aparte", largometraje documental. Leer más...
Karma Testigo: Mario Handler
por Juan Queijo (para CINEMAG)
Mario Handler es una de las figuras más representativas del género documental de nuestro país. Su anterior película, "Aparte", abrió toda una serie de discusiones que hicieron del trabajo uno de los más vistos ese año en nuestras salas. Hoy el regreso lo marca el eje temático del cine nacional del 2008. "Decile a Mario que no vuelva" es su reciente trabajo y augura, nuevamente, mucha polémica.
El nuevo trabajo de Mario Handler recompone una larga serie de entrevistas que fueron realizadas luego de la presentación de "Aparte" y que pretenden reconstruir, de modo personal, esa compleja etapa de la historia nacional que se denomina Dictadura.
Un primer foco de atención que surge de este trabajo es su poco interés de configurar un discurso exhaustivo sobre el período. Handler recompone sus documentales desde una estética claramente definida, y personal, pero también desde un serio trabajo de entrevista, con menos pretensiones periodísticas que humanas.
La idea inicial de esta película era a la vez de simple sumamente ambiciosa: construir un diálogo entre un preso de la dictadura -un personaje conocido y encarcelado durante trece años-, y un torturador. Esa idea no funciona, pero constituye el trampolín para que el director aplicase una solicitud de beca en la prestigiosa Fundación Guggenheim, que le permitió obtener un dinero para llevar adelante la filmación pero sin utilizar muchos recursos técnicos. La financiación se completa con algunos otros fondos de Holanda.
Pero si hubo una dificultad en este proceso, se constituye por el serio estado de salud que padece Mario Handler en estos días: "Esa dificultad de salud no solo impide que uno se desplace mal, sino hace incluso que uno pueda pensar mal, equivocadamente". El propio autor, que no desconoce la posibilidad de que pueda ser esta su última película, accedió a conversar con CINEMAG de lo que significó la misma y del problema que circunscribe al género.
CINEMAG: ¿Cuándo comienza a hacerse esta película?
MH: Las ideas surgieron de manera confusa, como siempre. Estamos hablando de que esto comenzó en el 2004, una año después del estreno de Aparte. Entonces, entre confusiones llegó un momento en el cual tomé conciencia de mi real situación física y decidí llamar a mi amigo Mario Jacob para que fuera productor ejecutivo. Y me ayudó mucho. Abandoné mi posición extremadamente personalista, en el sentido de hacer todo yo, porque no me daba el cuerpo ni el cuero. Con Mario Jacob hicimos muchas entrevistas, auxiliados en varias de ellas por Gastón Bralich y alguna otra persona. Es así como llegamos a 65 entrevistas de las cuales solamente se utilizaron 15. Las restantes van a pasar a un segundo DVD por motivos de preservación histórica.
CINEMAG: ¿Significa una representatividad fidedigna esas 15 entrevistas finales?
MH: Hace poco hice un cálculo de cuántas entrevistas debiera haber filmado para cumplir con las normas estadísticas, y calculo que debieran haber sido más o menos unas 4.000 personas. Puedo fundamentar ese cálculo. Eso hubiera sido una tarea que no ha servido para nada. Hubiese sido como el famoso proyecto de Steven Spielberg, Shoah, en el que simplemente filman a todo sobreviviente del holocausto, a los relacionados... a todo el mundo. Ha sido criticado eso porque quiere abarcar demasiado
Yo no tengo la capacidad de abarcar tanto. Entonces, como en toda película, hay que delimitar, fijar objetivos. Y bueno, yo creo que eso se consiguió.
CINEMAG: ¿Esta selección a la que hacés referencia, y la imposibilidad de poder abarcarlo todo, hace de la película una obra más intimista?
MH: Si, también. Porque entonces uno tiene que aceptar, inevitablemente, un proceso selectivo que es duro pero que es totalmente necesario. La acumulación total nunca es deseable. Por empezar, por respeto al espectador, pero además porque uno sabe que no puede exagerar en la cantidad de objetos sonoros y visuales, para que el resultado quede compacto. Sin embargo, te digo que los dejé muy libres a todos los entrevistados.
CINEMAG: ¿Qué metodologías y técnicas utilizaste para las entrevistas?
MH: Ahí estuve siempre confuso. Yo creo que no hay una teoría realmente precisa de lo que es una entrevista, yo digo que no voy a enseñar eso porque no soy experto, y que se trata para mí de un problema de carisma, de oportunidad, de viveza, de darse cuenta de cómo vienen las cosas.. De escuchar al otro. Para mí eso es casi toda la teoría que hay: el respeto al otro es fundamental, aunque sea su enemigo. Si no se respeta al otro, no se obtiene nada. De lo poco que yo he visto de televisión uruguaya, el caso de entrevista agresiva en Zona Urbana, me parece muy desagradable. El factor impositivo que ejercen muchos periodistas es terrible, y yo creo que no solo hace mal al cine y a la televisión, sino que degrada al arte.
CINEMAG: ¿Cómo se arman las entrevistas en la película?
MH: La película se puede armar entre punto y contrapunto. Entre malos y buenos. Entre protagonistas y antagonistas. A través de Mauricio Vigil, que no estuvo tanto tiempo pero que sufrió mucho. A través de Henry Engler, Mauricio Rosencof, Carlos Liscano. Y también a través de personas que no estuvieron presos, como Fernando Frontán, Andrea Villaverde y otros. Y por el lado del gobierno, de la autoridad dictatorial, tenemos a varias personas. Sobre todo, la "estrella" es Gilberto Vázquez, que tuvimos la gran pegada de conseguirlo. Fue difícil, pero es la única grabación que existe de Gilberto Vázquez, que fue en la cárcel Central. Fue más fácil obtener a Daniel García Pintos, al comisario Alejandro Otero, y a otros más.
CINEMAG: ¿Porqué esta película en este 2008? ¿Porqué no antes o después?
MH: Bueno, confieso que yo tenía algo de miedo, en un sentido emocional. Da un poco de vergüenza la dictadura. Por eso las narraciones que hay son más bien literarias y penetrar en esa realidad puede llegar a ser muy doloroso para todos, incluso para el propio cineasta o periodista. Entonces yo no tenía mucho interés. En tantos años que estuve en el extranjero me negaba a hacer películas sobre la dictadura, y probablemente también hubiera sido incapaz. O hubiera hecho películas complacientes. Lo que más me daba temor era el equivocarme, y hacer películas de combate, cuando ya el combate tenía que dejar de existir. Entonces hacer esta película está bueno, porque si bien hay otros que se han ocupado del tema, se han ocupado de aspectos también parciales.
A la película le falta el período de comienzo de la dictadura y mucha gente me lo ha hecho saber. Yo respondo que esta película no es informativa. Lo que falta es esa película prólogo, que narre lo que pasa desde la mitad de los 50 hasta la dictadura. Esa película es muy difícil de hacer, porque requeriría una enorme precisión histórica y resultaría demasiado informativa. Y lo que es demasiado informativo no llega a la verdad, según se suele decir. Para llegar a la verdad hay que darle vueltas de maneras especiales, no se llega a la verdad contando toda la realidad.
CINEMAG: ¿Cómo definirías el resultado de "Decile a Mario que no vuelva"?
MH: Yo creo que el término es Evocación. Emocional en primer lugar, y al mismo tiempo narrativa. Y en tercer lugar, quizá, informativa. Pero la parte informativa está subordinada a la parte de evocación narrativa y evocación emocional.
Entrevista por Juan Andrés Queijo e ilustración por Salvatore.
Entrevista y Nota cedida por CINEMAG. Todos los derechos reservados.
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Mario Handler es una de las figuras más representativas del género documental de nuestro país. Su anterior película, "Aparte", abrió toda una serie de discusiones que hicieron del trabajo uno de los más vistos ese año en nuestras salas. Hoy el regreso lo marca el eje temático del cine nacional del 2008. "Decile a Mario que no vuelva" es su reciente trabajo y augura, nuevamente, mucha polémica.
El nuevo trabajo de Mario Handler recompone una larga serie de entrevistas que fueron realizadas luego de la presentación de "Aparte" y que pretenden reconstruir, de modo personal, esa compleja etapa de la historia nacional que se denomina Dictadura.
Un primer foco de atención que surge de este trabajo es su poco interés de configurar un discurso exhaustivo sobre el período. Handler recompone sus documentales desde una estética claramente definida, y personal, pero también desde un serio trabajo de entrevista, con menos pretensiones periodísticas que humanas.
La idea inicial de esta película era a la vez de simple sumamente ambiciosa: construir un diálogo entre un preso de la dictadura -un personaje conocido y encarcelado durante trece años-, y un torturador. Esa idea no funciona, pero constituye el trampolín para que el director aplicase una solicitud de beca en la prestigiosa Fundación Guggenheim, que le permitió obtener un dinero para llevar adelante la filmación pero sin utilizar muchos recursos técnicos. La financiación se completa con algunos otros fondos de Holanda.
Pero si hubo una dificultad en este proceso, se constituye por el serio estado de salud que padece Mario Handler en estos días: "Esa dificultad de salud no solo impide que uno se desplace mal, sino hace incluso que uno pueda pensar mal, equivocadamente". El propio autor, que no desconoce la posibilidad de que pueda ser esta su última película, accedió a conversar con CINEMAG de lo que significó la misma y del problema que circunscribe al género.
CINEMAG: ¿Cuándo comienza a hacerse esta película?
MH: Las ideas surgieron de manera confusa, como siempre. Estamos hablando de que esto comenzó en el 2004, una año después del estreno de Aparte. Entonces, entre confusiones llegó un momento en el cual tomé conciencia de mi real situación física y decidí llamar a mi amigo Mario Jacob para que fuera productor ejecutivo. Y me ayudó mucho. Abandoné mi posición extremadamente personalista, en el sentido de hacer todo yo, porque no me daba el cuerpo ni el cuero. Con Mario Jacob hicimos muchas entrevistas, auxiliados en varias de ellas por Gastón Bralich y alguna otra persona. Es así como llegamos a 65 entrevistas de las cuales solamente se utilizaron 15. Las restantes van a pasar a un segundo DVD por motivos de preservación histórica.
CINEMAG: ¿Significa una representatividad fidedigna esas 15 entrevistas finales?
MH: Hace poco hice un cálculo de cuántas entrevistas debiera haber filmado para cumplir con las normas estadísticas, y calculo que debieran haber sido más o menos unas 4.000 personas. Puedo fundamentar ese cálculo. Eso hubiera sido una tarea que no ha servido para nada. Hubiese sido como el famoso proyecto de Steven Spielberg, Shoah, en el que simplemente filman a todo sobreviviente del holocausto, a los relacionados... a todo el mundo. Ha sido criticado eso porque quiere abarcar demasiado
Yo no tengo la capacidad de abarcar tanto. Entonces, como en toda película, hay que delimitar, fijar objetivos. Y bueno, yo creo que eso se consiguió.
CINEMAG: ¿Esta selección a la que hacés referencia, y la imposibilidad de poder abarcarlo todo, hace de la película una obra más intimista?
MH: Si, también. Porque entonces uno tiene que aceptar, inevitablemente, un proceso selectivo que es duro pero que es totalmente necesario. La acumulación total nunca es deseable. Por empezar, por respeto al espectador, pero además porque uno sabe que no puede exagerar en la cantidad de objetos sonoros y visuales, para que el resultado quede compacto. Sin embargo, te digo que los dejé muy libres a todos los entrevistados.
CINEMAG: ¿Qué metodologías y técnicas utilizaste para las entrevistas?
MH: Ahí estuve siempre confuso. Yo creo que no hay una teoría realmente precisa de lo que es una entrevista, yo digo que no voy a enseñar eso porque no soy experto, y que se trata para mí de un problema de carisma, de oportunidad, de viveza, de darse cuenta de cómo vienen las cosas.. De escuchar al otro. Para mí eso es casi toda la teoría que hay: el respeto al otro es fundamental, aunque sea su enemigo. Si no se respeta al otro, no se obtiene nada. De lo poco que yo he visto de televisión uruguaya, el caso de entrevista agresiva en Zona Urbana, me parece muy desagradable. El factor impositivo que ejercen muchos periodistas es terrible, y yo creo que no solo hace mal al cine y a la televisión, sino que degrada al arte.
CINEMAG: ¿Cómo se arman las entrevistas en la película?
MH: La película se puede armar entre punto y contrapunto. Entre malos y buenos. Entre protagonistas y antagonistas. A través de Mauricio Vigil, que no estuvo tanto tiempo pero que sufrió mucho. A través de Henry Engler, Mauricio Rosencof, Carlos Liscano. Y también a través de personas que no estuvieron presos, como Fernando Frontán, Andrea Villaverde y otros. Y por el lado del gobierno, de la autoridad dictatorial, tenemos a varias personas. Sobre todo, la "estrella" es Gilberto Vázquez, que tuvimos la gran pegada de conseguirlo. Fue difícil, pero es la única grabación que existe de Gilberto Vázquez, que fue en la cárcel Central. Fue más fácil obtener a Daniel García Pintos, al comisario Alejandro Otero, y a otros más.
CINEMAG: ¿Porqué esta película en este 2008? ¿Porqué no antes o después?
MH: Bueno, confieso que yo tenía algo de miedo, en un sentido emocional. Da un poco de vergüenza la dictadura. Por eso las narraciones que hay son más bien literarias y penetrar en esa realidad puede llegar a ser muy doloroso para todos, incluso para el propio cineasta o periodista. Entonces yo no tenía mucho interés. En tantos años que estuve en el extranjero me negaba a hacer películas sobre la dictadura, y probablemente también hubiera sido incapaz. O hubiera hecho películas complacientes. Lo que más me daba temor era el equivocarme, y hacer películas de combate, cuando ya el combate tenía que dejar de existir. Entonces hacer esta película está bueno, porque si bien hay otros que se han ocupado del tema, se han ocupado de aspectos también parciales.
A la película le falta el período de comienzo de la dictadura y mucha gente me lo ha hecho saber. Yo respondo que esta película no es informativa. Lo que falta es esa película prólogo, que narre lo que pasa desde la mitad de los 50 hasta la dictadura. Esa película es muy difícil de hacer, porque requeriría una enorme precisión histórica y resultaría demasiado informativa. Y lo que es demasiado informativo no llega a la verdad, según se suele decir. Para llegar a la verdad hay que darle vueltas de maneras especiales, no se llega a la verdad contando toda la realidad.
CINEMAG: ¿Cómo definirías el resultado de "Decile a Mario que no vuelva"?
MH: Yo creo que el término es Evocación. Emocional en primer lugar, y al mismo tiempo narrativa. Y en tercer lugar, quizá, informativa. Pero la parte informativa está subordinada a la parte de evocación narrativa y evocación emocional.
Entrevista por Juan Andrés Queijo e ilustración por Salvatore.
Entrevista y Nota cedida por CINEMAG. Todos los derechos reservados.
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Premio para Mario Handler
por Liliana Sáez
Caracas, finales de los 90. Un hombre alto, muy delgado, canoso y con gafas de marco oscuro hizo su entrada...
Continúa en kinephilos
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Premio en Santiago del Estero (Argentina)
"Decile a Mario que no vuelva", Película Ganadora del 10˚ Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos (Premios Santiago del Estero)
Dictámen del jurado: "Destaca en esta realización cómo logra aproximarnos al pensamiento político actual de militantes de los años 70 uruguayos y dar contexto a la posición que se tiene frente a la exigencia de justicia hoy, por apelación a dos recursos: la elección de una nutrida concurrencia de voces implicadas y la exposición de un humanizado relato del hombre frente a la tortura. Nos hace pensar, además, sobre los procesos de memoria similar y disímil que hemos vivido los países sometidos a dictaduras genocidas."
Jurado: Gladys Loys, Norma Cremascm, Luis Garay
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Un gran documental destinado a la polémica
Reseña de Jorge Ruffinelli
Así como en “Aparte” (2002) Mario Handler enfocó su cámara hacia los personajes más marginales y desposeídos de Montevideo, en “Decile a Mario que no vuelva” (2008) la gira hacia sí mismo y un grupo de contemporáneos que vivieron — y muchos padecieron dramáticamente — la dictadura militar uruguaya que se inició en 1973 y duró trece años.
El documental parte de una pregunta: ¿Cómo vivieron los que se quedaron, tanto quienes sufrieron prisión como en la vida cotidiana? Porque Handler, que había pertenecido a una célula tupamara y en algún momento había fotografiado a los detenidos en la Cárcel del Pueblo, amén de otras actividades, marchó al exilio y vivió durante 26 años en Caracas, Venezuela. El título del documental se explica en una secuencia en que el escritor y dramaturgo Maurio Rosencof cuenta que, ya detenido, pudo decirle en voz baja y muy rápidamente a su ex-mujer, Decile a Mario que no vuelva, ya que regresar al país durante la dictadura habría significado para Handler la detención y un destino imprevisible (o demasiado previsible).
En las últimas secuencias de este documental, Handler señala otros motivos, si se quiere más “personales” y éticos, que lo motivaron a realizarlo: el hecho de que en Venezuela había filmado pero nunca sobre el tema uruguayo (y esto era una deuda), sumado a la sensación de que los años y recientes quebrantos de salud podrían hacer, de ésta, su última película. Con esta doble conciencia honesta de deuda a cumplir y de legado a dejar como documentalista que dedicó su vida adulta al cine, Mario Handler realiza un documental en muchos sentidos valiosísimo. Y polémico.
La pregunta inicial, al menos en lo que respecta a la vida cotidiana de quienes no sufrieron la cárcel, se desarrolla en los primeros quince minutos, con los testimonios de una periodista (Villaverde), un crítico de cine (Concari) y un escritor (Frontán), y algunos minutos de noticieros de la dictadura: la represión en los hábitos estaba en el aire, bajo las formas de la inseguridad personal, la vestimenta (nada de faldas cortas para las jóvenes) o la ausencia de un “modelo de ser varón” (Frontán) para alguien que estaba descubriendo su (homo) sexualidad y cometía el dislate de ingresar en la Escuela Naval.
El platillo fuerte del documental viene después, porque todos los testimonios comienzan a centrarse en los apremios físicos (la tortura), tanto de quienes la padecieron (Rosencof, Engler, Berruti, Cámpora, Vigil, Macchi) como de aquellos que la ejecutaron (Gilberto Vázquez, militar preso), o colaboraron en la “inteligencia” policial y militar (Ricardo Domínguez, investigador privado), o piensan que “muchos” aún debieran seguir en la cárcel (Daniel García Pintos, político). Caso aparte — aunque no mucho — lo constituye el escritor Carlos Liscano, que fue detenido antes del golpe de estado y liberado después de su fin. Como en algún momento se define, “No soy hijo de la dictadura sino de la cárcel”.
La tortura se ha convertido, por desdicha, en un tema actual internacionalmente, y los testimonios de este documental, con toda la serenidad con que son expuestos por parte de víctimas y torturadores, alcanza una vigencia inesperada. La “picana” y el “tacho” [tanque de 200 litros de agua] se convierten en dos términos de uso común, a veces hasta para ilustrar anecdóticamente la lucha por la sobrevivencia. Berruti cuenta cómo Vigil gritaba “Picana no!” engañando así a sus agresores, ya que el “tacho” y la asfixia por agua resultaban más intolerables que los golpes eléctricos. El mismo Rosencof refiere (y su novela El bataraz desarrolla literariamente) la estrategia psicológica de “transferir” el sufrimiento de la tortura a un ser imaginario, en este caso un gallo (“al que torturan es al gallo”). Ejemplos como éstos, por desgracia, habrán de ingresar en la historia de la barbarie humana como ejemplos de la crueldad gratuita, y también del amor por la vida y las estrategias de sobrevivencia.
Con suprema habilidad narrativa, Mario Handler trenza los testimonios buscando establecer un verdadero relato colectivo, haciendo muchas veces que un testimonio esté contestado en otro. Esta estrategia discursiva rinde los mejores resultados desde el punto de vista del relato general, porque le da a la película un ritmo ágil, atractivo, combatiendo así la lentitud propia de las entrevistas. Lo que se propone Handler, ante todo controlando la edición — cuando todo ya ha sido dicho y filmado —, es realizar un solo relato múltiple, complejo, con las diferentes voces. También forzosamente contradictorio ideológicamente. Y las contradicciones no se establecen, como podría creerse prima facie, sólo entre los dos “adversarios” de aquella época, sino a menudo entre los mismos compañeros de lucha, prisión y tortura. De ahí que, hacia el final, el diálogo entre Engler y Vigil sea enormemente rico en complejidad cuando se trata de calibrar nociones como “perdón”, “convivencia”, “compasión por sí mismos”. Este es un punto en que la herida abierta por la acción tupamara pero ante todo por la dictadura militar no cicatrizó nunca, hasta el presente. Handler dice en un momento final de su documental, que “este film es un intento de reconciliación o de convivencia. Y es también una búsqueda de la verdad o verdades. Y quizá una reconstrucción del alma de la sociedad y de mi alma”. Es probable que su documental genere polémica (como por otros motivos generó Aparte), porque los términos reconciliación y convivencia han sido utilizados menos por los sectores de izquierda o progresistas que por aquellos interesados en la amnesia general ante sus actos bárbaros. Así y todo, el militar encausado (Gilberto Vázquez) sospecha que las cosas no quedarán como están, implicando que empeorarán para los suyos; Engler exige moralmente “el día en que se humillen” antes de pensar en reconciliación, pero sabiendo que un mea culpa no ha de sobrevenir; Frontán (en una de las pocas escenas realmente emotivas del documental) señala que la dictadura mutiló a su generación, la destrozó para siempre.
Los segmentos más fuertes del documental, a mi juicio, son: la secuencia en que Vázquez niega que hubiera sentimientos antisemíticos en las fuerzas de represión, para agregar, instantes después, que en Alemania él aprendió la verdadera historia del país, “no la que los judíos han difundido”; la historia que cuenta Jessie Macchi sobre su embarazo y parto en la cárcel; el momento en que Liscano descubre que habla “solo”, y su relato sobre la radio Pekín y la Vuelta Ciclista; la admirable definición de tortura que hace el Comisario Otero y que podría suscribir cualquier defensor de los derechos humanos; la visita de la Cruz Roja al penal y la historia de las “medias” desaparecidas, en palabras de Rosencof; el diálogo final entre Engler y Vigil sobre sus diferentes valoraciones de lo que vivieron y sus perspectivas desde el presente y hacia el futuro; el momento de quiebre emocional de Frontán al intuir lo que pudo ser el Uruguay de no haber existido la dictadura.
Es notable confirmar una vez más, con esta película, tanto la proteica naturaleza del género como la tendencia, hoy prácticamente hegemónica, del “documental personal”, que abrió finalmente una brecha a la idea presuntamente sólida de que en el documental el autor debía estar ausente, y su subjetividad disuelta en una propuesta de “objetividad neutra”. Decile a Mario que no vuelva es un documental activo y vivo porque Handler busca respuestas dentro de un contexto que él conocía — antes de su ausencia de tres décadas — y en el cual él mismo era conocido. Cuando Rosencof le envió el mensaje precautorio fue, obviamente, porque Handler ya había ejercido un cine militante, de denuncia social y política, y “no era difícil saber quién era el autor de Carlos” (dice Rosencof). Carlos (1965), Me gustan los estudiantes (1968), Líber Arce (1970) eran películas muy conocidas en el Uruguay, y en diversos momentos Handler alterna fragmentos de ellas con sus reflexiones en voice over, en este nuevo documental. Por ejemplo, fragmentos de Me gustan los estudiantes fueron usados por la dictadura en un sentido contrario a la intención originaria del documental: como denuncia de la “subversión”.
Si de algo peca la película es de un intento de pureza fílmica, con voluntad tesonera de alejarse lo más posible del “reportaje” televisivo, del cine didáctico e histórico, aunque en la búsqueda de respuestas no puede dejar de contar con los testimonios directos, con los personajes reales hablando al director y a la cámara, es decir a los espectadores. Todo ello en un estilo de gran sobriedad expositiva, des-dramatizada salvo en un par de momentos, porque se trataba de salvar el discurso general del tema de cualquier asomo de amarillismo, de explotación gráfica del sufrimiento. Pero en esta opción, la película exige de sus espectadores — y ante todo de las generaciones más jóvenes, muchos de los cuales no vivieron las vicisitudes de la dictadura — nutrirse de un contexto que supere la escasa información de unas leyendas iniciales en que la película se refiere al período en cuestión. Porque salvo para quienes vivimos aquella época, los nombres de Alejandro Otero, o de Jesse Macchi, o de Henry Engler, por decir unos pocos, no tendrán la resonancia histórica necesaria que le da una gran significación a este documental.
Sólo el hecho insólito de reunir en él, años después de los hechos, a tupamaros, policías y militares es de una significación imponente aunque sus efectos puedan ser valorados por cada uno de maneras diferentes. ¿Cómo pueden los jóvenes — después del bárbaro hiato cultural de la dictadura y los veinte años de difícil reconstrucción de la identidad nacional — calibrar el documento que están viendo? ¿Por qué no enterarse, también, que la significación individual de varios de estos personajes convocados al testimonio es notable: que Otero fue uno de los policías más eficaces (y de conducta paradójicamente más ética) en la represión contra los tupamaros; que Jesse Macchi fue una líder tupamara que se fugó en la espectacular fuga de mujeres de la cárcel de Punta Carretas, y que Engler, en 2004, fue candidato al Premio Nobel de Medicina por sus investigaciones sobre el Alzheimer? O datos más pequeños, como señalar que con el sobrenombre “Ñato”, Rosencof se refiere a Eleuterio Fernández Huidobro, y que el ingenioso invento de “reinventar el Morse” y así comunicarse pared de por medio (“trece años hablando a golpe de nudillos”), es uno de los grandes temas del libro Memorias del calabozo de Rosencof y F. Huidobro.
El nuevo cine uruguayo, tan notable en sus últimos veinte años, ha sido remiso en enfrentar su pasado dictatorial con los usos renovados y brillantes del documental contemporáneo. Argentinos y chilenos han ganado la partida, en comparación. De ahí que el regreso de un gran cineasta como Handler al país no ha sido gratuito ni insustancial: generó dos documentales brillantes, Aparte y Decile a Mario que no vuelva; ejemplificó con su talento fílmico la “lección del maestro”: hay que hacer cine que sirva a la reflexión, a la inteligencia, para “restaurar” el alma nacional e individual. Si algo nos han enseñado las décadas de dictadura militar y de vuelta a la democracia es que la lucha por la justicia y contra la barbarie nunca deja de ser vigente. Y que el talento dedicado a contar historias en cine debe seguir manejando, ampliando, renovando su lenguaje.
[Jorge Ruffinelli / jorge321@aol.com]
Professor
Department of Spanish and Portuguese
Stanford University
Stanford, California 94305
DIS A MARIO DE NE PAS RENTRER
Un grand documentaire destiné à la polémique
De Jorge Rufinelli, traduit par Odile Bouchet
Dans Aparte (2002) Mario Handler a orienté sa caméra vers des personnages les plus marginaux et misérables de Montevideo. De la même façon, dans Decile a Mario que no vuelva (2008) il la tourne vers lui-même et un groupe de ses contemporains qui ont vécu –et beaucoup dans de dramatiques souffrances- la dictature militaire uruguayenne instaurée en 1973, qui a duré 13 ans. Le documentaire part d’une question: Comment ont vécu ceux qui sont restés, ceux qui ont fait de la prison aussi bien que le vécu quotidien? Car Handler, qui avait appartenu à une cellule des Tupamaros et avait eu l’occasion de photographier les détenus de la Prison du Peuple, entre autres activités, est parti en exil et a vécu 26 ans à Caracas, Venezuela. Le titre du documentaire vient d’une séquence où l’écrivain et dramaturge Mauricio Rosencof raconte qu’après son arrestation il a pu murmurer très vite à son ex-femme «Dis à Mario de ne pas rentrer», car rentrer au pays pendant la dictature aurait signifié pour Handler la prison et un destin improbable (ou trop probable).
Dans les dernières séquences du documentaire, Handler donne d’autres raison, si l’on veut plus «personnelles» et éthiques, qui l’ont poussé à le réaliser: le fait qu’au Venezuela il a fait des films mais jamais sur le thème de l’Uruguay (il s’en sentait en dette), s’ajoutant à l’impression que les années et des problèmes de santé récents pourraient en faire son dernier film. Avec ce double acquis de conscience d’honorer sa dette et de laisser un héritage comme documentariste ayant consacré toute sa vie adulte au cinéma, Mario Handler réalise un documentaire de grande valeur sous bien des rapports. Qui plus est, polémique.
La question initiale, au moins à propos de la vie quotidienne de ceux qui n’ont pas subi la prison, est développée dans les 15 premières minutes, sur les témoignages d’une journaliste (Villaverde), d’un critique de cinéma (Concari) et d’un écrivain (Frontán), avec des bulletins d’information de la dictature; la répression au quotidien était dans l’air du temps: insécurité personnelle, contrôle des vêtements (mini-jupe prohibée pour les jeunes) ou absence d’un «modèle de masculinité» (Frontán) pour un homme en train de se découvrir une (homo) sexualité, qui commettait la bévue de s’inscrire à l’école navale.
Le plat de résistance du documentaire vient plus tard, quand les témoignages commencent à tourner autour des pressions physiques (la torture), de ceux qui les ont subies (Rosencof, Engler, Berruti, Cámpora, Vigil, Macchi) tout comme de ceux qui l’ont appliquée (Gilberto Vázquez, militaire prisonnier) ou ont collaboré avec les services «d’intelligence» policière et militaire (Ricardo Domínguez, détective privé), ou pensent que «beaucoup» devraient être toujours en prison (Daniel García Pintos, homme politique). L’écrivain Carlos Liscano constitue un cas à part, mais pas de beaucoup: arrêté avant le coup d’Etat et libéré après la fin de la dictature. Comme il dit à un moment: «Je ne suis pas fils de la dictature mais de la prison.»
La torture est malheureusement devenue un thème d’actualité internationale, et les témoignages de ce documentaire, exposés avec grande sérénité de la part des victimes comme des tortionnaires, ont une force surprenante. La gégène et le sous-marin (réservoir de 200 litres d’eau) deviennent des mots d’usage normal, parfois même en illustration anecdotique de la lutte pour la survie. Berruti raconte comment Rosencof criait «pas la gégène!» pour tromper ses tortionnaires, car l’asphyxie du sous-marin lui était plus intolérable que les secousses électriques. Le même Rosencof rapporte (son roman El Bataraz développe littérairement ce point) la stratégie psychologique de «transférer» la souffrance de la torture à un être imaginaire, ici un coq («c’est le coq qui est torturé»). Ces exemples devront malheureusement entrer dans l’histoire de la barbarie humaine en exemple de la cruauté gratuite, et aussi de l’amour pour la vie et des stratégies de survie.
Avec une suprême habileté narrative, Mario Handler tresse les témoignages afin d’établir un véritable récit collectif, faisant souvent qu’un témoignage réponde à un autre. Cette stratégie discursive donne les meilleurs résultats du point de vue du récit général, car elle donne au film un rythme agile, attrayant, combattant ainsi la lenteur qui caractérise les entretiens. Le propos de Handler, avant tout en contrôlant l’édition –lorsque tout a été dit et filmé-, est de réaliser un seul récit pluriel, complexe, avec les différentes voix. Il est aussi, par la force des choses, contradictoire idéologiquement. Et les contradictions ne s’établissent pas seulement, comme on pourrait le croire de prime abord, entre les deux parties adverses de l’époque, mais aussi souvent entre les compagnons de lutte, de prison et de torture eux-mêmes. D’où, vers la fin, le dialogue entre Engler et Vigil, d’une riche complexité quand il leur faut évaluer des notions telles que «le pardon», «la vie ensemble», «la compassion envers soi-même». C’est un point sur lequel la blessure ouverte par l’action des Tupamaros mais avant tout par la dictature militaire n’a jamais cicatrisé, jusqu’à présent. Handler dit vers la fin du documentaire que «ce film est une tentative de réconciliation ou de moyen de vivre ensemble. Et aussi une recherche de la ou des vérités. Et peut-être une reconstruction de l’âme de la société et de la mienne.» Son documentaire provoquera sûrement des polémiques (comme Aparte mais pour d’autres raisons), parce que les termes réconcilier et vivre ensemble sont moins utilisés par les secteurs de gauche et les progressistes que par ceux qui ont intérêt à l’amnésie générale face à leurs actes barbares. De toutes façons, le militaire inculpé (Gilberto Vázquez) se doute que les choses ne vont pas en rester là, ce qui implique qu’elles vont empirer pour son côté; l’exigence morale d’Engler est d’attendre «le jour où ils seront humbles» pour penser à la réconciliation, tout en sachant qu’il n’y aura pas de mea culpa ; Frontán (une des rares scènes vraiment émouvantes du documentaire) a montré que la dictature a mutilé sa génération, et l’a déchirée à jamais.
Les passages les plus forts du documentaire, selon moi, sont: la séquence où Vázquez nie les sentiments antisémites des forces de répression, pour ajouter quelques instants plus tard qu’il a appris en Allemagne la vraie histoire du pays, «pas celle que les Juifs ont diffusée»; ce que raconte Jessie Macchi sur sa grossesse et son accouchement en prison; le moment où Liscano découvre qu’il parle «seul», et son récit sur Radio Pékin et le Tour cycliste; l’admirable définition de la torture faite par le commissaire Otero à laquelle souscrirait tout défenseur des droits de l’homme; la visite de la Croix Rouge au pénitencier et l’histoire des «chaussettes» disparues, selon Rosencof ; le dialogue final entre Engler et Vigil sur les évaluations différentes qu’ils font de leur vécu et leurs perspectives du présent vers l’avenir; le moment où Frontán est brisé par l’intuition qu’il a de ce qui aurait pu être en Uruguay sans la dictature.
Il est remarquable de confirmer une fois encore, par ce film, tout autant la nature polymorphe du genre, que la tendance, à présent presque hégémonique, au «documentaire personnel», qui a finalement battu en brèche l’idée supposée solide que dans le documentaire l’auteur devait s’effacer et dissoudre sa subjectivité dans une proposition «d’objectivité neutre». Decile a Mario que no vuelva est un documentaire actif et vivant parce qu’Handler cherche des réponses dans un contexte qu’il connaissait –avant son absence de trois décennies- et où il était connu lui-même. Rosencof lui a évidemment envoyé ce message protecteur parce qu’Handler avait pratiqué un cinéma militant, de dénonciation sociale et politique, et «savoir qui était l’auteur de Carlos n’était pas bien compliqué» (dit Rosencof). Carlos (1965), Me gustan los estudiantes (1968), Líber Arce (1970) étaient des films très connus en Uruguay, et Handler inclut plusieurs fois des fragments de ces films avec un commentaire en voice over dans ce nouveau documentaire. Par exemple, des fragments de Me gustan los estudiantes ont été utilisés par la dictature dans le sens contraire à l’intention originelle du documentaire: pour dénoncer la «subversion».
Si le film pèche sur un point c’est celui de la tentative de pureté filmique, dans une volonté passionnée de s’éloigner le plus possible du «reportage» télévisuel, du cinéma didactique et historique, quoique dans la recherche de réponses il ne peut pas se passer du témoignage direct, avec les personnages réels qui parlent au cinéaste et à la caméra, c’est à dire aux spectateurs. Le tout a un style d’une grande sobriété d’exposition, dédramatisée sauf exception, car il tentait d’épargner le discours général de tout recours au scandale et à l’exploitation visuelle de la souffrance. Mais par ce choix, le film exige des spectateurs –et avant tout des jeunes générations qui pour la plupart n’ont pas vécu les vicissitudes de la dictature- qu’ils se nourrissent d’un contexte qui dépasse la maigre information des légendes initiales où le film fait référence à la période en question. En effet, sauf pour nous autres, qui avons vécu cette époque-là, les noms d’Alejandro Otero, de Jesse Macchi ou d’Henry Engler, pour n’en citer que quelques-uns, ne doivent pas avoir la résonance historique nécessaire pour donner tout son , sens à ce documentaire.
Le seul fait, insolite, de réunir, des années après les faits, Tupamaros, policiers et militaires, donne au film une dimension imposante, même si ses effets seront appréciés par chacun de façon diverse. Comment les jeunes peuvent-ils, après l’incroyable hiatus culturel de la dictature et les 20 ans de difficile reconstruction nationale- évaluer le document qu’ils regardent? Pourquoi ne pas apprendre au passage la dimension individuelle remarquable de plusieurs de ces personnages qui témoignent? Otero a été l’un des policiers les plus efficaces (et dont la conduite a été paradoxalement la plus correcte éthiquement) dans la répression contre les Tupamaros; Jesse Macchi a été une des leader des Tupamaros qui a fui dans la spectaculaire évasion de la prison des femmes de Punta Carretas et Engler, en 2004, a été candidat au prix Nobel de médecine pour ses recherches sur la maladie d’Alzheimer. Ou des informations moins importantes, signaler par exemple que par le surnom de Ñato, Rosencof parle d’Eleuterio Fernández Huidobro, et que l’ingénieuse invention de «réinventer le morse», et de communiquer ainsi à travers les murs («13 ans à parler à coups de phalanges»), et l’un des grands thèmes du livre Memorias del calabozo de Rosencof et F. Huidobro.
Le nouveau cinéma uruguayen, si remarquable depuis 20 ans, a tardé à affronter son passé dictatorial avec les pratiques novatrices et brillantes du documentaire contemporain. Les Argentins et les Chiliens, en comparaison, ont gagné la partie. Ce qui fait que le retour d’un grand cinéaste comme Handler au pays n’a été ni gratuit ni superficiel: il a donné deux documentaires brillants, Aparte et Decile a Mario que no vuelva; son talent de cinéaste y devient «la leçon du maître»: il faut faire que le cinéma serve la réflexion, l’intelligence, pour «restaurer» l’âme nationale et individuelle. S’il faut tirer une leçon des décennies de dictature militaire et de retour à la démocratie, c’est que la lutte pour la justice et contre la barbarie reste toujours d’actualité. Et que le talent consacré à raconter les histoires au cinéma doit continuer à manier, élargir et rénover son langage. Leer más...
Así como en “Aparte” (2002) Mario Handler enfocó su cámara hacia los personajes más marginales y desposeídos de Montevideo, en “Decile a Mario que no vuelva” (2008) la gira hacia sí mismo y un grupo de contemporáneos que vivieron — y muchos padecieron dramáticamente — la dictadura militar uruguaya que se inició en 1973 y duró trece años.
El documental parte de una pregunta: ¿Cómo vivieron los que se quedaron, tanto quienes sufrieron prisión como en la vida cotidiana? Porque Handler, que había pertenecido a una célula tupamara y en algún momento había fotografiado a los detenidos en la Cárcel del Pueblo, amén de otras actividades, marchó al exilio y vivió durante 26 años en Caracas, Venezuela. El título del documental se explica en una secuencia en que el escritor y dramaturgo Maurio Rosencof cuenta que, ya detenido, pudo decirle en voz baja y muy rápidamente a su ex-mujer, Decile a Mario que no vuelva, ya que regresar al país durante la dictadura habría significado para Handler la detención y un destino imprevisible (o demasiado previsible).
En las últimas secuencias de este documental, Handler señala otros motivos, si se quiere más “personales” y éticos, que lo motivaron a realizarlo: el hecho de que en Venezuela había filmado pero nunca sobre el tema uruguayo (y esto era una deuda), sumado a la sensación de que los años y recientes quebrantos de salud podrían hacer, de ésta, su última película. Con esta doble conciencia honesta de deuda a cumplir y de legado a dejar como documentalista que dedicó su vida adulta al cine, Mario Handler realiza un documental en muchos sentidos valiosísimo. Y polémico.
La pregunta inicial, al menos en lo que respecta a la vida cotidiana de quienes no sufrieron la cárcel, se desarrolla en los primeros quince minutos, con los testimonios de una periodista (Villaverde), un crítico de cine (Concari) y un escritor (Frontán), y algunos minutos de noticieros de la dictadura: la represión en los hábitos estaba en el aire, bajo las formas de la inseguridad personal, la vestimenta (nada de faldas cortas para las jóvenes) o la ausencia de un “modelo de ser varón” (Frontán) para alguien que estaba descubriendo su (homo) sexualidad y cometía el dislate de ingresar en la Escuela Naval.
El platillo fuerte del documental viene después, porque todos los testimonios comienzan a centrarse en los apremios físicos (la tortura), tanto de quienes la padecieron (Rosencof, Engler, Berruti, Cámpora, Vigil, Macchi) como de aquellos que la ejecutaron (Gilberto Vázquez, militar preso), o colaboraron en la “inteligencia” policial y militar (Ricardo Domínguez, investigador privado), o piensan que “muchos” aún debieran seguir en la cárcel (Daniel García Pintos, político). Caso aparte — aunque no mucho — lo constituye el escritor Carlos Liscano, que fue detenido antes del golpe de estado y liberado después de su fin. Como en algún momento se define, “No soy hijo de la dictadura sino de la cárcel”.
La tortura se ha convertido, por desdicha, en un tema actual internacionalmente, y los testimonios de este documental, con toda la serenidad con que son expuestos por parte de víctimas y torturadores, alcanza una vigencia inesperada. La “picana” y el “tacho” [tanque de 200 litros de agua] se convierten en dos términos de uso común, a veces hasta para ilustrar anecdóticamente la lucha por la sobrevivencia. Berruti cuenta cómo Vigil gritaba “Picana no!” engañando así a sus agresores, ya que el “tacho” y la asfixia por agua resultaban más intolerables que los golpes eléctricos. El mismo Rosencof refiere (y su novela El bataraz desarrolla literariamente) la estrategia psicológica de “transferir” el sufrimiento de la tortura a un ser imaginario, en este caso un gallo (“al que torturan es al gallo”). Ejemplos como éstos, por desgracia, habrán de ingresar en la historia de la barbarie humana como ejemplos de la crueldad gratuita, y también del amor por la vida y las estrategias de sobrevivencia.
Con suprema habilidad narrativa, Mario Handler trenza los testimonios buscando establecer un verdadero relato colectivo, haciendo muchas veces que un testimonio esté contestado en otro. Esta estrategia discursiva rinde los mejores resultados desde el punto de vista del relato general, porque le da a la película un ritmo ágil, atractivo, combatiendo así la lentitud propia de las entrevistas. Lo que se propone Handler, ante todo controlando la edición — cuando todo ya ha sido dicho y filmado —, es realizar un solo relato múltiple, complejo, con las diferentes voces. También forzosamente contradictorio ideológicamente. Y las contradicciones no se establecen, como podría creerse prima facie, sólo entre los dos “adversarios” de aquella época, sino a menudo entre los mismos compañeros de lucha, prisión y tortura. De ahí que, hacia el final, el diálogo entre Engler y Vigil sea enormemente rico en complejidad cuando se trata de calibrar nociones como “perdón”, “convivencia”, “compasión por sí mismos”. Este es un punto en que la herida abierta por la acción tupamara pero ante todo por la dictadura militar no cicatrizó nunca, hasta el presente. Handler dice en un momento final de su documental, que “este film es un intento de reconciliación o de convivencia. Y es también una búsqueda de la verdad o verdades. Y quizá una reconstrucción del alma de la sociedad y de mi alma”. Es probable que su documental genere polémica (como por otros motivos generó Aparte), porque los términos reconciliación y convivencia han sido utilizados menos por los sectores de izquierda o progresistas que por aquellos interesados en la amnesia general ante sus actos bárbaros. Así y todo, el militar encausado (Gilberto Vázquez) sospecha que las cosas no quedarán como están, implicando que empeorarán para los suyos; Engler exige moralmente “el día en que se humillen” antes de pensar en reconciliación, pero sabiendo que un mea culpa no ha de sobrevenir; Frontán (en una de las pocas escenas realmente emotivas del documental) señala que la dictadura mutiló a su generación, la destrozó para siempre.
Los segmentos más fuertes del documental, a mi juicio, son: la secuencia en que Vázquez niega que hubiera sentimientos antisemíticos en las fuerzas de represión, para agregar, instantes después, que en Alemania él aprendió la verdadera historia del país, “no la que los judíos han difundido”; la historia que cuenta Jessie Macchi sobre su embarazo y parto en la cárcel; el momento en que Liscano descubre que habla “solo”, y su relato sobre la radio Pekín y la Vuelta Ciclista; la admirable definición de tortura que hace el Comisario Otero y que podría suscribir cualquier defensor de los derechos humanos; la visita de la Cruz Roja al penal y la historia de las “medias” desaparecidas, en palabras de Rosencof; el diálogo final entre Engler y Vigil sobre sus diferentes valoraciones de lo que vivieron y sus perspectivas desde el presente y hacia el futuro; el momento de quiebre emocional de Frontán al intuir lo que pudo ser el Uruguay de no haber existido la dictadura.
Es notable confirmar una vez más, con esta película, tanto la proteica naturaleza del género como la tendencia, hoy prácticamente hegemónica, del “documental personal”, que abrió finalmente una brecha a la idea presuntamente sólida de que en el documental el autor debía estar ausente, y su subjetividad disuelta en una propuesta de “objetividad neutra”. Decile a Mario que no vuelva es un documental activo y vivo porque Handler busca respuestas dentro de un contexto que él conocía — antes de su ausencia de tres décadas — y en el cual él mismo era conocido. Cuando Rosencof le envió el mensaje precautorio fue, obviamente, porque Handler ya había ejercido un cine militante, de denuncia social y política, y “no era difícil saber quién era el autor de Carlos” (dice Rosencof). Carlos (1965), Me gustan los estudiantes (1968), Líber Arce (1970) eran películas muy conocidas en el Uruguay, y en diversos momentos Handler alterna fragmentos de ellas con sus reflexiones en voice over, en este nuevo documental. Por ejemplo, fragmentos de Me gustan los estudiantes fueron usados por la dictadura en un sentido contrario a la intención originaria del documental: como denuncia de la “subversión”.
Si de algo peca la película es de un intento de pureza fílmica, con voluntad tesonera de alejarse lo más posible del “reportaje” televisivo, del cine didáctico e histórico, aunque en la búsqueda de respuestas no puede dejar de contar con los testimonios directos, con los personajes reales hablando al director y a la cámara, es decir a los espectadores. Todo ello en un estilo de gran sobriedad expositiva, des-dramatizada salvo en un par de momentos, porque se trataba de salvar el discurso general del tema de cualquier asomo de amarillismo, de explotación gráfica del sufrimiento. Pero en esta opción, la película exige de sus espectadores — y ante todo de las generaciones más jóvenes, muchos de los cuales no vivieron las vicisitudes de la dictadura — nutrirse de un contexto que supere la escasa información de unas leyendas iniciales en que la película se refiere al período en cuestión. Porque salvo para quienes vivimos aquella época, los nombres de Alejandro Otero, o de Jesse Macchi, o de Henry Engler, por decir unos pocos, no tendrán la resonancia histórica necesaria que le da una gran significación a este documental.
Sólo el hecho insólito de reunir en él, años después de los hechos, a tupamaros, policías y militares es de una significación imponente aunque sus efectos puedan ser valorados por cada uno de maneras diferentes. ¿Cómo pueden los jóvenes — después del bárbaro hiato cultural de la dictadura y los veinte años de difícil reconstrucción de la identidad nacional — calibrar el documento que están viendo? ¿Por qué no enterarse, también, que la significación individual de varios de estos personajes convocados al testimonio es notable: que Otero fue uno de los policías más eficaces (y de conducta paradójicamente más ética) en la represión contra los tupamaros; que Jesse Macchi fue una líder tupamara que se fugó en la espectacular fuga de mujeres de la cárcel de Punta Carretas, y que Engler, en 2004, fue candidato al Premio Nobel de Medicina por sus investigaciones sobre el Alzheimer? O datos más pequeños, como señalar que con el sobrenombre “Ñato”, Rosencof se refiere a Eleuterio Fernández Huidobro, y que el ingenioso invento de “reinventar el Morse” y así comunicarse pared de por medio (“trece años hablando a golpe de nudillos”), es uno de los grandes temas del libro Memorias del calabozo de Rosencof y F. Huidobro.
El nuevo cine uruguayo, tan notable en sus últimos veinte años, ha sido remiso en enfrentar su pasado dictatorial con los usos renovados y brillantes del documental contemporáneo. Argentinos y chilenos han ganado la partida, en comparación. De ahí que el regreso de un gran cineasta como Handler al país no ha sido gratuito ni insustancial: generó dos documentales brillantes, Aparte y Decile a Mario que no vuelva; ejemplificó con su talento fílmico la “lección del maestro”: hay que hacer cine que sirva a la reflexión, a la inteligencia, para “restaurar” el alma nacional e individual. Si algo nos han enseñado las décadas de dictadura militar y de vuelta a la democracia es que la lucha por la justicia y contra la barbarie nunca deja de ser vigente. Y que el talento dedicado a contar historias en cine debe seguir manejando, ampliando, renovando su lenguaje.
[Jorge Ruffinelli / jorge321@aol.com]
Professor
Department of Spanish and Portuguese
Stanford University
Stanford, California 94305
DIS A MARIO DE NE PAS RENTRER
Un grand documentaire destiné à la polémique
De Jorge Rufinelli, traduit par Odile Bouchet
Dans Aparte (2002) Mario Handler a orienté sa caméra vers des personnages les plus marginaux et misérables de Montevideo. De la même façon, dans Decile a Mario que no vuelva (2008) il la tourne vers lui-même et un groupe de ses contemporains qui ont vécu –et beaucoup dans de dramatiques souffrances- la dictature militaire uruguayenne instaurée en 1973, qui a duré 13 ans. Le documentaire part d’une question: Comment ont vécu ceux qui sont restés, ceux qui ont fait de la prison aussi bien que le vécu quotidien? Car Handler, qui avait appartenu à une cellule des Tupamaros et avait eu l’occasion de photographier les détenus de la Prison du Peuple, entre autres activités, est parti en exil et a vécu 26 ans à Caracas, Venezuela. Le titre du documentaire vient d’une séquence où l’écrivain et dramaturge Mauricio Rosencof raconte qu’après son arrestation il a pu murmurer très vite à son ex-femme «Dis à Mario de ne pas rentrer», car rentrer au pays pendant la dictature aurait signifié pour Handler la prison et un destin improbable (ou trop probable).
Dans les dernières séquences du documentaire, Handler donne d’autres raison, si l’on veut plus «personnelles» et éthiques, qui l’ont poussé à le réaliser: le fait qu’au Venezuela il a fait des films mais jamais sur le thème de l’Uruguay (il s’en sentait en dette), s’ajoutant à l’impression que les années et des problèmes de santé récents pourraient en faire son dernier film. Avec ce double acquis de conscience d’honorer sa dette et de laisser un héritage comme documentariste ayant consacré toute sa vie adulte au cinéma, Mario Handler réalise un documentaire de grande valeur sous bien des rapports. Qui plus est, polémique.
La question initiale, au moins à propos de la vie quotidienne de ceux qui n’ont pas subi la prison, est développée dans les 15 premières minutes, sur les témoignages d’une journaliste (Villaverde), d’un critique de cinéma (Concari) et d’un écrivain (Frontán), avec des bulletins d’information de la dictature; la répression au quotidien était dans l’air du temps: insécurité personnelle, contrôle des vêtements (mini-jupe prohibée pour les jeunes) ou absence d’un «modèle de masculinité» (Frontán) pour un homme en train de se découvrir une (homo) sexualité, qui commettait la bévue de s’inscrire à l’école navale.
Le plat de résistance du documentaire vient plus tard, quand les témoignages commencent à tourner autour des pressions physiques (la torture), de ceux qui les ont subies (Rosencof, Engler, Berruti, Cámpora, Vigil, Macchi) tout comme de ceux qui l’ont appliquée (Gilberto Vázquez, militaire prisonnier) ou ont collaboré avec les services «d’intelligence» policière et militaire (Ricardo Domínguez, détective privé), ou pensent que «beaucoup» devraient être toujours en prison (Daniel García Pintos, homme politique). L’écrivain Carlos Liscano constitue un cas à part, mais pas de beaucoup: arrêté avant le coup d’Etat et libéré après la fin de la dictature. Comme il dit à un moment: «Je ne suis pas fils de la dictature mais de la prison.»
La torture est malheureusement devenue un thème d’actualité internationale, et les témoignages de ce documentaire, exposés avec grande sérénité de la part des victimes comme des tortionnaires, ont une force surprenante. La gégène et le sous-marin (réservoir de 200 litres d’eau) deviennent des mots d’usage normal, parfois même en illustration anecdotique de la lutte pour la survie. Berruti raconte comment Rosencof criait «pas la gégène!» pour tromper ses tortionnaires, car l’asphyxie du sous-marin lui était plus intolérable que les secousses électriques. Le même Rosencof rapporte (son roman El Bataraz développe littérairement ce point) la stratégie psychologique de «transférer» la souffrance de la torture à un être imaginaire, ici un coq («c’est le coq qui est torturé»). Ces exemples devront malheureusement entrer dans l’histoire de la barbarie humaine en exemple de la cruauté gratuite, et aussi de l’amour pour la vie et des stratégies de survie.
Avec une suprême habileté narrative, Mario Handler tresse les témoignages afin d’établir un véritable récit collectif, faisant souvent qu’un témoignage réponde à un autre. Cette stratégie discursive donne les meilleurs résultats du point de vue du récit général, car elle donne au film un rythme agile, attrayant, combattant ainsi la lenteur qui caractérise les entretiens. Le propos de Handler, avant tout en contrôlant l’édition –lorsque tout a été dit et filmé-, est de réaliser un seul récit pluriel, complexe, avec les différentes voix. Il est aussi, par la force des choses, contradictoire idéologiquement. Et les contradictions ne s’établissent pas seulement, comme on pourrait le croire de prime abord, entre les deux parties adverses de l’époque, mais aussi souvent entre les compagnons de lutte, de prison et de torture eux-mêmes. D’où, vers la fin, le dialogue entre Engler et Vigil, d’une riche complexité quand il leur faut évaluer des notions telles que «le pardon», «la vie ensemble», «la compassion envers soi-même». C’est un point sur lequel la blessure ouverte par l’action des Tupamaros mais avant tout par la dictature militaire n’a jamais cicatrisé, jusqu’à présent. Handler dit vers la fin du documentaire que «ce film est une tentative de réconciliation ou de moyen de vivre ensemble. Et aussi une recherche de la ou des vérités. Et peut-être une reconstruction de l’âme de la société et de la mienne.» Son documentaire provoquera sûrement des polémiques (comme Aparte mais pour d’autres raisons), parce que les termes réconcilier et vivre ensemble sont moins utilisés par les secteurs de gauche et les progressistes que par ceux qui ont intérêt à l’amnésie générale face à leurs actes barbares. De toutes façons, le militaire inculpé (Gilberto Vázquez) se doute que les choses ne vont pas en rester là, ce qui implique qu’elles vont empirer pour son côté; l’exigence morale d’Engler est d’attendre «le jour où ils seront humbles» pour penser à la réconciliation, tout en sachant qu’il n’y aura pas de mea culpa ; Frontán (une des rares scènes vraiment émouvantes du documentaire) a montré que la dictature a mutilé sa génération, et l’a déchirée à jamais.
Les passages les plus forts du documentaire, selon moi, sont: la séquence où Vázquez nie les sentiments antisémites des forces de répression, pour ajouter quelques instants plus tard qu’il a appris en Allemagne la vraie histoire du pays, «pas celle que les Juifs ont diffusée»; ce que raconte Jessie Macchi sur sa grossesse et son accouchement en prison; le moment où Liscano découvre qu’il parle «seul», et son récit sur Radio Pékin et le Tour cycliste; l’admirable définition de la torture faite par le commissaire Otero à laquelle souscrirait tout défenseur des droits de l’homme; la visite de la Croix Rouge au pénitencier et l’histoire des «chaussettes» disparues, selon Rosencof ; le dialogue final entre Engler et Vigil sur les évaluations différentes qu’ils font de leur vécu et leurs perspectives du présent vers l’avenir; le moment où Frontán est brisé par l’intuition qu’il a de ce qui aurait pu être en Uruguay sans la dictature.
Il est remarquable de confirmer une fois encore, par ce film, tout autant la nature polymorphe du genre, que la tendance, à présent presque hégémonique, au «documentaire personnel», qui a finalement battu en brèche l’idée supposée solide que dans le documentaire l’auteur devait s’effacer et dissoudre sa subjectivité dans une proposition «d’objectivité neutre». Decile a Mario que no vuelva est un documentaire actif et vivant parce qu’Handler cherche des réponses dans un contexte qu’il connaissait –avant son absence de trois décennies- et où il était connu lui-même. Rosencof lui a évidemment envoyé ce message protecteur parce qu’Handler avait pratiqué un cinéma militant, de dénonciation sociale et politique, et «savoir qui était l’auteur de Carlos n’était pas bien compliqué» (dit Rosencof). Carlos (1965), Me gustan los estudiantes (1968), Líber Arce (1970) étaient des films très connus en Uruguay, et Handler inclut plusieurs fois des fragments de ces films avec un commentaire en voice over dans ce nouveau documentaire. Par exemple, des fragments de Me gustan los estudiantes ont été utilisés par la dictature dans le sens contraire à l’intention originelle du documentaire: pour dénoncer la «subversion».
Si le film pèche sur un point c’est celui de la tentative de pureté filmique, dans une volonté passionnée de s’éloigner le plus possible du «reportage» télévisuel, du cinéma didactique et historique, quoique dans la recherche de réponses il ne peut pas se passer du témoignage direct, avec les personnages réels qui parlent au cinéaste et à la caméra, c’est à dire aux spectateurs. Le tout a un style d’une grande sobriété d’exposition, dédramatisée sauf exception, car il tentait d’épargner le discours général de tout recours au scandale et à l’exploitation visuelle de la souffrance. Mais par ce choix, le film exige des spectateurs –et avant tout des jeunes générations qui pour la plupart n’ont pas vécu les vicissitudes de la dictature- qu’ils se nourrissent d’un contexte qui dépasse la maigre information des légendes initiales où le film fait référence à la période en question. En effet, sauf pour nous autres, qui avons vécu cette époque-là, les noms d’Alejandro Otero, de Jesse Macchi ou d’Henry Engler, pour n’en citer que quelques-uns, ne doivent pas avoir la résonance historique nécessaire pour donner tout son , sens à ce documentaire.
Le seul fait, insolite, de réunir, des années après les faits, Tupamaros, policiers et militaires, donne au film une dimension imposante, même si ses effets seront appréciés par chacun de façon diverse. Comment les jeunes peuvent-ils, après l’incroyable hiatus culturel de la dictature et les 20 ans de difficile reconstruction nationale- évaluer le document qu’ils regardent? Pourquoi ne pas apprendre au passage la dimension individuelle remarquable de plusieurs de ces personnages qui témoignent? Otero a été l’un des policiers les plus efficaces (et dont la conduite a été paradoxalement la plus correcte éthiquement) dans la répression contre les Tupamaros; Jesse Macchi a été une des leader des Tupamaros qui a fui dans la spectaculaire évasion de la prison des femmes de Punta Carretas et Engler, en 2004, a été candidat au prix Nobel de médecine pour ses recherches sur la maladie d’Alzheimer. Ou des informations moins importantes, signaler par exemple que par le surnom de Ñato, Rosencof parle d’Eleuterio Fernández Huidobro, et que l’ingénieuse invention de «réinventer le morse», et de communiquer ainsi à travers les murs («13 ans à parler à coups de phalanges»), et l’un des grands thèmes du livre Memorias del calabozo de Rosencof et F. Huidobro.
Le nouveau cinéma uruguayen, si remarquable depuis 20 ans, a tardé à affronter son passé dictatorial avec les pratiques novatrices et brillantes du documentaire contemporain. Les Argentins et les Chiliens, en comparaison, ont gagné la partie. Ce qui fait que le retour d’un grand cinéaste comme Handler au pays n’a été ni gratuit ni superficiel: il a donné deux documentaires brillants, Aparte et Decile a Mario que no vuelva; son talent de cinéaste y devient «la leçon du maître»: il faut faire que le cinéma serve la réflexion, l’intelligence, pour «restaurer» l’âme nationale et individuelle. S’il faut tirer une leçon des décennies de dictature militaire et de retour à la démocratie, c’est que la lutte pour la justice et contre la barbarie reste toujours d’actualité. Et que le talent consacré à raconter les histoires au cinéma doit continuer à manier, élargir et rénover son langage. Leer más...
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